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A veces, el amor que se genera entre miembros de una familia,
es tan grande y poderoso, que hacen aflorar milagrosos vínculos...
Vínculos compuestos por robustos eslabones…
Eslabones, reforzados con una aleación de afecto, compresión y cariño
que conforman una resistente e indestructible cadena…
Cadena, que ni siquiera la guadaña de la muerte es capaz de romper ni de separar...
No te vayas María... Por Luis Monasterio... cedidos todos los derechos para fines no lucrativos a Buzoneto.com.
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(52 paginas)
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El Robledal”. Con este simple apelativo nombraron a nuestra urbanización, y digo nuestra, porque en ella se desarrolla esta historia. Y para poder contárosla, primero debo plasmar una completa y minuciosa descripción, no solo de la propia comunidad, también del entorno que la rodea.
Se trata de un espeso y “místico bosque” que abraza prácticamente todo el perímetro de la comunidad y se extiende ladera arriba hasta alcanzar las altas cimas de las montañas. Para ser sinceros, no solo del árbol que le da nombre se compone el paraje. Los robles melojos también se entremezclan con pinos piñoneros, algún que otro tejo del arroyo, y de vez en cuando te puedes tropezar con alcornoques del ortigal. Pero el noble y vigoroso árbol resalta entre todos ellos, y la sencillez de su nombre nada tiene que ver con la magnitud de su hábitat.
También debo deciros que cuando se proyectó a principios de los setenta, la primera propuesta fue, “El Mágico Robledal de la Sierra”, (muy de moda tan pomposos adjetivos, por aquellos tiempos). Fue Impulsado este apelativo por los lugareños que aportaron los terrenos, que a su vez estaban encabezados por el alcalde del pueblo al que pertenece el término donde se ubica. Otro gran impulsor, fue el guardabosques que por entonces se cuidaba de proteger aquella demarcación, cuyo nombre, nunca supe porque todo el mundo le llamaba “El Brujo del Bosque”. Era un hombre bastante respetado por la comunidad, pero aun lo sería más de no ser por el empeño que ponía en demostrar que realmente su bosque estaba encantado, y no era el único que lo pensaba, porque la teoría toma fuerza al observar el lugar desde lo lejos cuando a media mañana el vapor procedente de los arroyos que riegan toda la ladera se eleva sobre el dosel arbóreo, entonces los rayos del sol se estrellan contra su cúpula trasparente dando lugar a una aureola casi deslumbrante, o mágica como dicen sus adeptos.
Pero ninguna de las leyendas y anécdotas que se cuentan por el pueblo, convenció a los promotores y arquitectos que lo descartaron totalmente alegando que era poco comercial. Y llegados a común acuerdo, lo resumieron con este sencillo enunciado... “El Robledal, y nada más”. Aquellos primeros años lo más impresionante que podías encontrarte al llegar era el antiguo pórtico de un viejo cortijo. Sillería de piedra formando dos imponentes arcos de medio punto que supera los cuatro metros en su alzada y de luces alcanzan los siete cada uno. En el pilarón central aparece adosada una acogedora caseta a juego con el resto del conjunto, allí se ubicó la puerta de entrada en la que tan solo tres guardas se turnaban para el control de la entrada y la vigilancia de sus calles. Al entrar la noche chirriaban las bisagras de las rejas de forja cuando se cerraban con gran esfuerzo debido al enorme peso de la estructura y sus herrajes. Un último chasquido al echar el enorme cerrojo era el toque de retreta y el vigilante de noche comenzaba sus habituales y tranquilas rondas por todas las calles y recovecos del recinto. Para ello se valían de un flamante “Land Rover” de nueve plazas, y repetían el mismo circuito una y otra vez, hasta las siete de la mañana que volvía el turno de día para volver a empezar con la rutina.
Adentrándose por la calle principal se llega al centro neurálgico de la comunidad donde un antiguo cortijo que en su tiempo se dedicó a la labranza y a la ganadería se trasformo en el club social. Se reformó todo su interior y se dotó de modernas instalaciones, (actuales para aquella época claro) Con su correspondiente oficina, diversos almacenes de mantenimiento y el correspondiente bar restaurante llamado de igual modo que la urbanización. También se trazaron calles adoquinadas flanqueadas por aceras de robustas lajas de granito. Para delimitar su perímetro, nada más hizo falta que un vallado rudimentario, a base de palos de madera clavados en la tierra y de poste a poste, grapada una simple malla ganadera, más para impedir la entrada de alimañas que hurgaran en los cubos de basura que para protección de sus moradores. Al fin y al cabo, por aquellos tiempos y por esas zonas la delincuencia era casi inexistente.
El Parque. Conforme a la legislación vigente en los setenta, una buena parte de los terrenos tenía que dedicarse a zonas verdes, y aquí desde el principio se mantienen bien cuidadas conservando su toque silvestre y natural. En el lado norte y cercano al susurro de una cascada del bosque se ubicó el parque principal. (Nadie que tuviera un mínimo de cordura se hubiera atrevido a desmantelar aquel paraje). En la pradera de hierba y entre los árboles, de cuando en cuando se encuentran pequeños oasis de descanso para los mayores, dotados con juegos de bancos y mesa de madera para disfrutar de un buen picnic, o para celebrar interesantes partidas de damas, dominó o cartas. Lugares estos, donde los más viejos murmuraban más que contarse… antiguas leyendas que de ser ciertas… “habrían ocurrido por allí”.
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Para el deleite de los niños de la urbanización se instalaron… tres columpios; una noria giratoria; un par de balancines y otros dos toboganes, uno grande para los mayorcitos y otro de menores dimensiones para los más pequeños. Incluso uno de los vecinos ya jubilado que se había dedicado a las atracciones de ferias, llevo al herrero del pueblo dos de los más hermosos caballitos de madera de sus ya desmantelados carruseles para que los ensamblaran un muelle a la tripa de cada uno. Después los donó a la urbanización para que los pequeños pudieran seguir disfrutando de sus trotes. Y allí se instalaron bien anclados a su base de hormigón. De este parque partían casi todas las rutas y senderos que se adentran en el bosque. La cerca se veía interrumpida por una vieja puerta de madera, que llegaba a no más de la cintura de un adulto y servía para cruzar al otro lado, tan solo un cerrojo oxidado difícil de deslizar impedía que los más pequeños se escaparan de la custodia de sus tutores.
Pasado el tiempo, destacaremos la década de los ochenta, porque fue cuando ocurrió el primero y más significativo de nuestros episodios, que nos contará más adelante alguien que fue testigo de los sorprendentes hechos… En menos de diez años, Pocos detalles habían cambiado en El Robledal, respecto a sus inicios. Si acaso, llamaba la atención la yedra que había crecido y tapaba una buena parte de los arcos de piedra de la entrada principal, resaltando aún más su encanto. También había menos parcelas vacías, ya que más de doscientas casas con sus correspondientes moradores, engrosaban el censo demográfico de la comunidad, y seguía creciendo. Mismas calles, mismo cerramiento perimetral y gracias a las tareas de mantenimiento por parte de hábiles jardineros, árboles, arbustos y setos crecían controladamente en las zonas verdes. Y en cuanto al parque del arroyo, además de los habituales elementos de juego y mobiliario urbano que pusieron en un principio, destacaban los dos preciosos caballitos de madera donados por el bondadoso feriante; Los dos trotones habían sido ubicados en un rinconcito, bajo la sombra y protección del más robusto y centenario roble que, por su inmensidad podría ser el patriarca de toda la foresta del contorno, y porque no decirlo, del bosque entero. Acompañado por algunos de sus hermanos y retoños, formaban un pequeño bosque en sí mismo. Podría decirse que este conjunto recreativo era digno del objetivo de una cámara fotográfica para realizar una bonita postal. “Pero esto era tan solo un aperitivo de lo que se podía encontrar al otro lado de la valla”.
El Bosque. En esa época, tan solo cambiaba el tamaño de la creciente foresta, algún árbol que desaparece de viejo, y sus retoños que se lanzan a la conquista del espacio cedido por su antecesor y poco más. Por el norte y el oeste, limitaba la urbanización la orilla de un tranquilo pero caudaloso arroyo, por el cual su corriente fluye durante todo el año. Y debe su volumen de agua, al aporte de intrépidas corrientes de los afluentes de menor calado que descienden desde los picos más elevados de la cordillera central. Aunque a este lado del recodo se podía ver ya alguno que otro árbol… en la otra orilla se alzaban los millares que configuraban la densa maleza del bosque. (El mismo que puede verse en la actualidad, porque conserva el mismo aspecto). La espesura parece abrazar y proteger a la urbanización y las distintas especies de árboles, compiten en altura por alcanzar los ansiados rayos de sol.
A ras de suelo, verdes y relucientes helechos conviven entre zarzas y matorrales aprovechando la poca claridad que pasa por el dosel arbóreo, luz milagrosa que se hace imprescindible para la supervivencia de los vegetales. Entre la maleza baja y escondidas entre la hojarasca se pueden encontrar algunas variedades de setas y hongos que crecen y se extienden por todo el sotobosque. Apetecible fruto que hace pasar buenas mañanas a expertos y noveles micólogos, algunos de la urbanización y otros más del cercano pueblo, incluso algún que otro urbanita de la ciudad pasa por allí de vez en cuando en plena temporada para llenar su cesto. Animales de considerable tamaño eran y son fáciles de ver, pero hay que ir paseando despacito, sin hacer ruido y aguzando la vista para poder sentir a los más pequeños. Si sigues este consejo, puedes ver… ardillas recolectando afanosamente los frutos secos que encuentran por su territorio; oír el sonido del pájaro picapinos al agujerear los troncos de los árboles para confeccionar su nido; disfrutar del majestuoso vuelo de las águilas que planean silenciosamente sobre las copas de los árboles en busca de algún despistado roedor, y bajo ellos… la siempre grácil y tierna estampa de las mamás ciervas acompañadas por sus cervatillos; y no muy lejos, pero sin juntarse durante casi todo el año, solitarios y majestuosos machos que son algo más difícil de observar, al contrario que en otoño que retumban sus berridos y golpes de cornamentas por toda la falda de la sierra, dando fe de que los hay en buen número.
Perón aún hay más seres por aquí, constatado por las innumerables sendas se han ido creando por los demás moradores del bosque, y el que sabe reconocer las huellas puede leer en ellas que se trata de… zorros, familias enteras de jabalíes y muy pocos linces …
Sin despreciar a otros animalillos que, aunque sean de menor tamaño, colaboran en el equilibrio de la vida y se han ganado el derecho a coexistir en el Robledal. Avecillas de distintos colores; rapaces nocturnos como la lechuza; o diurnos como el halcón peregrino; y reptiles que estaban representados por lagartos, lagartijas, salamandras y varias especies de culebras. Sin olvidarnos de cientos de géneros de insectos que completan la variada fauna de nuestro bosque… Incluso si nos ceñimos a las leyendas que aún hoy, salen de la boca de los abuelos y lugareños… junto a todas estas criaturas y bien camuflados entre la maleza, cohabitan algunos “seres mágicos y mitológicos” que no se dejan ver.
A vista de pájaro y en el corazón del bosque un día tras otro desde hacía ya muchas décadas, un hilo de humo se eleva sobre la cúpula del robledal. Emergiendo desde un claro junto a un arroyo que descendía por la ladera menos pronunciada. Procedía de la chimenea de una vieja cabaña que tenía paredes de granito y tejado de pizarra negra; cargaderos, doseles, puertas y ventanas de madera de roble, incluso el porche y el entarimado eran de este mismo material. Este refugio había servido de morada a antiguos guardabosques y a sus familias. Precisamente uno de ellos fu el llamado “Brujo”, quien la habitaba junto a su mujer y un pequeño muy avispado que en cuanto se le despistaba, le quitaba a su padre “el sombrero de guardés”.
Aún en el bosque entre la maleza y muy cerca del parque de los caballitos se deja ver un rústico puente de madera cuyas vigas principales no se rodearían ni con los dos brazos de una persona adulta, pasarela que hacía las veces de puerta entre “la civilización” y “la foresta salvaje” ... (o sea, desde el parque hasta los comienzos del propio Bosque) … Construido principalmente para llegar a la cabaña de los guardeses del Monte, era tan resistente que aguantaba el peso del todo terreno de los vigilantes del Robledal.
A esta zona se la conocía y sigue conociéndosela, como la Catedral, porque los robles más altos parecen haberse colocado a propósito formando un círculo de gran diámetro, y las ramas de unos se juntan en el centro con los de enfrente formando una cúpula parecida a las de la nave central de dichos monumentos. Y esta es la antesala de entrada al maravilloso espectáculo que acabamos de describir. Pero aún falta lo mejor… El puente es utilizado por los caminantes para vadear el caudaloso “arroyo brillante” que fluye tranquilo y sosegado. Más arriba y al comienzo del vado desemboca en su regazo un regato de aguas impetuosas. Es menos caudaloso, pero desciende con bravura desde su nacimiento y se apresura montaña abajo. Mil quiebros, innumerables brincos, agitados y sinuosos giros hacen que sus aguas resuenen por todo el paraje. Hasta que… una depresión de peñascos y rocas vestidas con su manto de musgo obstaculizan bruscamente su carrera deteniendo de golpe su ímpetu. Pero el soberbio empuje del torrente persiste en seguir el viaje hacia su destino y gira bruscamente ante las rocas, saltando por encima de la barrera y precipitándose al vacío. Al final de la caída su hermano mayor le espera y le acoge apaciblemente en su regazo. El envite de uno y el sosiego del otro terminan formando un armonioso y agitado remolino que pone la rúbrica final al trayecto del bullicioso arroyuelo. Así descrito parece que estuviéramos hablando de una gran catarata, pero no tan grande es, porque esta cascada de aguas cristalinas es aprovechada por quien necesita refrescarse después de la caminata. Una buena ducha allí te deja totalmente relajado para el resto del día. El fondo de brillantes piedras y la orilla tapizada de helechos completan esta maravillosa panorámica. Mas abajo, todo se calma. Las ondas provocadas por la vorágine del torbellino pierden fuerza conforme se alejan de su epicentro y sus aguas parecen detenerse quedando transformadas en una apacible balsa que desciende lentamente hasta pasar por debajo del puente. Y después de seguir así, un centenar de metros se pierde de vista en el recodo final del vado. Allí en la cascada, hiciera frio o calor, se bañaba todos los días el hijo del “Brujo” guardes del bosque, “era su rincón favorito”.
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¡Al Bosque!...
“El transitar de la corriente, el canturreo de los pájaros
y el suave murmullo de la brisa que agita las hojas de los árboles,
terminan componiendo una agradable sinfonía que inspiran paz y sosiego”.
Todas las mañanas a la misma hora, se levanta la niebla matinal y tan solo por un breve instante se produce un maravilloso efecto visual al acariciar las copas de los árboles, el reflejo de los rayos del sol forma una brillante aureola a su alrededor.
Este fenómeno proporciona una mágica protección a toda la foresta y a quienes moran en su interior y todo este conjunto de belleza y esplendor, han dado lugar a las populares y místicas historias de leyendas que envuelven la fama del lugar.
EN EL PRESENTE. El bosque y el entorno descrito poco han cambiado con el paso del tiempo. La implicación de muchos de los vecinos y las actuales normativas de protección sobre el medio ambiente, junto a la colaboración de los visitantes que recibe el paraje, han hecho posible su perfecta conservación. En cuanto a la urbanización, ha crecido notablemente. Más de quinientas casas conforman ahora la comunidad y un buen puñado de proyectos aparecen en la mesa de los arquitectos. La mayoría de sus moradores las utilizan como vivienda habitual. Salen por la mañana y regresan todas las tardes a su hogar para gozar del merecido descanso tras una larga jornada de trabajo.
En cuanto a la seguridad, un nutrido grupo humano conforma el equipo de vigilancia, son guardas profesionales que velan por la seguridad de sus moradores, capitaneados todos ellos por José Beltrán, el respetado jefe guardes, quien fuera uno de los primeros en prestar servicio en la comunidad. Ahora está en edad de jubilarse, pues se incorporó al equipo nada más finalizar su servicio militar hace más de cuarenta años. Su gran experiencia; su incuestionable vocación; su innato don premonitorio y la confianza que ha infundido a sus protegidos a lo largo de los años, le han servido para hacerse meritorio de este cargo. Todo este despliegue y refuerzo de personal, se desarrolló hace muchos años tras un suceso que sufrió una de las más antiguas familias fundadoras de esta urbanización. Desde entonces, siempre que ocurre algún incidente… no se sabe de qué forma o manera, José se anticipa a los hechos y lo evita. Cuando se le pregunta de dónde saca o de donde le provienen estas premoniciones, él, irónicamente contesta:
Nunca sabremos si habla en serio o en broma… el caso es que, gracias a él y a su equipo, desde aquel fatídico día y hasta este momento no ha ocurrido ningún suceso de gravedad en la congregación.
Como protección material del perímetro, se ha instalado un resistente muro en forma de seto vegetal, fusionando aligustres comunes y cipreses leylandi, enredados sobre un vallado metálico de considerable altura. Robustas puertas metálicas provistas de sendas cerraduras protegen e impiden el libre acceso a El Robledal. También se ha incluido lo último en vigilancia y tecnología. Modernas cámaras otean cada calle, y algún que otro detector de presencia colocados en zonas estratégicas, inspeccionan cada acceso y cada rincón de la urbanización, observadas en todo momento desde un moderno y amplio puesto de control recientemente construido junto a la entrada principal y que sirve como refugio, vestuario y comedor para los equipos de vigilancia y mantenimiento. La vieja y antigua garita de piedra continúa bajo el arco de entrada y aún se mantiene en pie, incluso no hace mucho fue totalmente restaurada. Desde su interior siguen controlando los guardas las barreras levadizas y les sirve de protección contra las inclemencias del tiempo.
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En cuanto a comodidades comunitarias, se observan modernas instalaciones y zonas comunes como campos de deporte y un lago artificial con fuentecilla en medio. Un completo conjunto de piscinas es aprovechado por mayores y pequeños para refrescarse durante las jornadas estivales. El supermercado abastece de víveres a los vecinos, El restaurante se ha ampliado y continúa disfrutando de una buena reputación y mejores platos. Su carta puede hacer las delicias de nuestro paladar cuando no tengamos ganas de cocinar. A la oficina de siempre se la ha añadido una gran sala de reuniones para celebrar las asambleas de la agrupación. Todo lo descrito y algo más que seguramente abre olvidado, conforman las instalaciones de la bien asentada comunidad.
Modernos vehículos todo terreno conforman el parque móvil del escuadrón de vigilancia, pero no se han desecho del viejo Land Rover, que totalmente restaurado y bien conservado es conducido por José, quien negándose a que acabara en algún cementerio de coches, lo compro a la comunidad y voluntariamente lo utiliza para sus rondas de vigilancia.
Y por fin comienza la historia con La llegada de nuevos vecinos. Sin apenas parcelas libres en la urbanización, a Carlos y a Eva no les ha resultado fácil pasar a formar parte de esta comunidad. Conocieron El Robledal hace algún tiempo, en una visita profesional relacionada con su negocio de energía renovable. Ambos, amantes de la naturaleza y socios activos de una conocida organización protectora de la Biosfera, quedaron fascinados por los preciosos paisajes y el ambiente que envuelven a este sitio. Anteriormente, la pareja residía en un piso de la ciudad con sus dos pequeños hijos. El negocio familiar prosperaba notablemente y se plantearon un radical cambio que trasformó la monotonía de sus vidas. Ambos soñaban con un lugar más tranquilo y sin contaminación. Al ver este, poco les costó decidirse. El destino los había guiado al lugar ideal y enseguida comenzaron a buscar alguna casa libre. Al poco tiempo, encontraron una vivienda en venta situada al fondo de la urbanización, cercana al parque de los caballitos y al paso del bosque milenario. tras una breve visita y revisión superficial de la vieja vivienda, quedó decidido.
Pasaron de Urbanitas a campestres, y la nueva casa es ideal para ellos. Rústica pero elegante y perfectamente conservada. Un cuidado y bonito jardín con cenador de madera y amplia piscina rematan la equipacion lúdica de la finca. Y además desde allí, se escucha el murmullo del arroyo y el movimiento de las copas de los árboles. Decididos e ilusionados formalizaron la compra de inmediato. Enseguida acondicionaron toda la casa y adaptaron el recinto a su gusto y satisfacción. Trascurrido un corto periodo de tiempo, por fin han terminado de instalarse y pueden dedicar el tiempo a otros menesteres.
Hoy es sábado, su primer día pleno y libre en la comunidad, aún no han tenido tiempo de visitar el entorno por haber estado ocupados en organizar vestuarios y colocar enseres. Ha amanecido un bonito día de verano y los niños comienzan sus vacaciones. Gabriel, el primogénito de la familia acaba de cumplir diez años. Extrovertido y audaz, está ilusionadísimo por conquistar nuevos territorios. La pequeñaja, Clara, con tan solo cuatro añitos, desborda encanto y simpatía. Los cuatro, después de la comida y a primera hora de la tarde, entre saltos y risotadas de alegría salen de su nueva casa, atraviesan el jardín y ya en la calle la mamá y los dos niños se dirigen hacia su automóvil familiar. Ellos todavía deberán aplazar hasta mañana la aventura que les espera en su nuevo territorio. Mientras tanto Carlos toma distinta dirección, equipado con su peculiar indumentaria de paseo se dirige a reconocer el afamado bosque. El hombre se despide de la familia que se alejan a bordo del coche. Eva y los niños se dirigen hacia un cercano centro comercial para hacer alguna compra de última hora. Los niños no dejan nunca de crecer, nada les sirve de las vestimentas del pasado verano y hay que renovar el armario. Aunque su costumbre es ir todos juntos a la compra, hoy la mujer ha querido recompensar el esfuerzo que su marido ha realizado en la mudanza, y sabedora del ansia que invade su mente por conocer el territorio, le ha eximido de la tarea. Además, han quedado con los abuelos para merendar. El padre siempre protector y ávido de aventuras, en misión de avanzadilla se dispone a reconocer el terreno para que mañana los demás gocen de un paseo más seguro.
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Camina calle abajo portando sobre sus espaldas una vieja mochila militar que heredó de su abuelo. Su mano derecha, se apoya sobre una vara de fresno que hace las veces de improvisado bastón. Aún es temprano y la calle esta desierta porque la gente disfruta de la sobremesa y alguno que otro se estará echando una buena siesta. Más tarde seguro que saldrán a tomar el aire, pero nuestro amigo aprovechando la tranquilidad del momento continúa caminando con determinación. Esta rodeando el perímetro de la urbanización con el firme propósito de encontrar la salida y que esta le conduzca al vecino monte. Al fondo la calle gira hacia la derecha, de frente el seto que camufla la vegetación del otro lado le obliga a cambiar de dirección tomando una calle larga y rectilínea que le hace impacientarse por no avistar la salida, pero su caminar se ve animado por la suave y cada vez más cercana melodía que provoca la corriente del arroyo. Por fin, se rompe la homogeneidad del seto que se entrecorta durante algunos metros y allí, a su izquierda, la calle se ensancha de repente y deja lugar a un recinto de considerables proporciones. Al doblar el verde chaflán que completa la esquina, descubre el anhelado parque del que ha oído hablar. Este, se presenta completamente renovado conforme al aspecto que presentaba en sus principios El robledal. Modernos bancos con sus mesas a juego, lo último en columpios; Balancines y toboganes actualizados a los nuevos tiempos; Plataforma giratoria que marea a los mayores y que hace disfrutar a los pequeños; Más alejado y de torre a torre de madera, cuelga una tirolina de última generación; También podemos encontrarnos hasta una pequeña cabaña infantil de reducidas dimensiones, provista de puertas y ventanas donde los únicos que cogen en ella, celebran improvisadas reuniones maquinando sus intrigantes conspiraciones a expensas de los mayores. Al lado, en un recinto separado por un pequeño cercado de boj común, los típicos artilugios gimnásticos para ejercitar el cuerpo al aire libre, ruletas, elípticas y otros aparatos más, incitan a mantenerse en forma. Recortadas Arizonicas con variopintas figuras, y algunos parterres adornados con plantas provistas de vistosas flores, completan las instalaciones.
Carlos está completamente solo, el parque sigue desierto y ya en la entrada se ha parado por un momento para observar detenidamente todos y cada uno de los elementos que lo conforman, le gusta lo que ve y piensa:
Pero él busca algo, en algún rincón ha de hallar la puerta que le conduzca al exterior, su espíritu aventurero no le deja conformarse con lo que está viendo y quiere ver más. Inspecciona visualmente y con extremada fijación, todo el denso vallado en busca de alguna salida. De repente, sin esperárselo su vista tropieza con una peculiar imagen que no había vislumbrado en su reconocimiento principal. En el rincón, un viejo y fornido roble ofrece sombra y protección a dos pequeños caballitos de madera propios de épocas pasadas. Viejos, pero en perfecto estado de conservación manifiestan su orgullosa figura mirando al frente con altanería. Carlos, curioso por naturaleza se aproxima a ellos y examina detenidamente lo que, para él, representa una peculiar obra de arte. Innumerables capas de pintura que algún “improvisado artista de mantenimiento”, habilidosamente ha ido aplicando sobre los elaborados y esbeltos cuerpos de madera a lo largo del tiempo. La contemplación de semejante espectáculo le traslada en el recuerdo, a un parque de su antiguo barrio de la niñez, en el que disfrutaba largas horas cabalgando sobre similares corceles.
Los ojos de los caballitos, casi reales y llenos de vida apuntan al frente y parecen indicarle la salida. Hacia allí dirige su mirada y encuentra un despejado espacio en la pared vegetal que deja entrever una estrecha puerta metálica. A través de la malla se vislumbra una pequeña porción del vergel que le espera al otro lado. “El intrépido explorador”, se aproxima apretando el paso sin apartar la mirada del paisaje. Cuando llega a la altura de la puerta estira su mano derecha hacia el picaporte con la esperanza de que este gire, se abra y le permita transportarse hacia su destino. El hombre agarra con fuerza y decisión la manivela, la empuja hacia el suelo… no gira… insiste… pero no se mueve… lo vuelve a intentar… pero nada. Otra vez persiste, con más fuerza y ahínco, incluso empuja con su cuerpo a la vez que con ímpetu sube y baja el picaporte. Frustrado, zarandea la puerta hacia afuera y hacia adentro y está, ni se mueve. Decepcionado, rinde su aptitud, baja la mirada y piensa… casi hablando en voz baja:
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Sin saber por qué, seguramente influenciado por la cercanía del misterioso bosque del que ya conoce sus mágicas leyendas, y rememorando alguno de los fantásticos cuentos que leía durante su infancia con la magia que se describía en ellos, recurre a lanzar una especie de improvisado hechizo que acaba de inventarse, y en voz alta exclama:
Concluye con firmeza, y desanimado el aventurero… “se rinde”. Frustrado por la contrariedad se dispone a retornar el camino hacia su casa, de repente y aun mirando hacia el bosque comienza a percibir un fuerte aroma a romero, y se sobresalta cuando una temblorosa y suave voz parece dirigirse hacia él. Levanta la cabeza y escucha:
Carlos dirige la mirada hacia su origen y ante él, a escasos metros aproximándose con paso lento, descubre a una anciana señora que apoya su frágil cuerpo sobre un lujoso bastón de madera. Ya a primera vista llama la atención su inusitada apariencia, sonriente y amable mirada, un sutil y escaso maquillaje que disimula levemente las arrugas de su cara, ataviada con peculiar vestimenta de paseo, calzado oscuro y un impecable peinado. Su interesante figura desprende un tenue y delicado resplandor que fluye a su alrededor. La anciana se detiene junto a él, y Carlos algo sorprendido al verla, piensa:
Algo nervioso, intentando disculparse por el anterior impulso que le hizo zarandear la puerta, ligeramente ruborizado y algo trastabillado, balbucea un educado saludo a la vez que se disculpa por su enrabietado proceder:
La sonriente señora se percata del nerviosismo del joven y asintiendo con la cabeza, le devuelve el saludo.
Él se le acerca intentando estrechar su mano y ofrecerla un intercambio de educados besos en las mejillas, y ella elude distraídamente y con cierto disimulo el acercamiento. A continuación, la anciana toma asiento en su banco favorito y dirigiéndose a su recién conocido acompañante, le dice:
El hombre, ensimismado, pero ya más sosegado, mira a la señora e intrigado por las palabras que acaba de escuchar, se concentra y se presta a oír con atención. Ella toma aliento y continúa hablando:
La anciana hace una pausa, coge aliento y con voz muy bajita le susurra:
De repente, un instante de silencio envuelve a la anciana señora, entristecida por un recuerdo en su pensamiento. Tras ese instante de distracción, traga saliva y continúa diciendo:
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La anciana por un momento baja la mirada. El hombre asintiendo agradece el gesto, e intrigado por las últimas palabras que ha escuchado, la pregunta por lo ocurrido, y la señora le responde:
La mujer se incorpora torpemente, el hombre se acerca sutilmente a ella y le ofrece su ayuda para que se levante, pero ella rechaza el ofrecimiento negando con la mano y se levanta con su propio esfuerzo. Una vez erguida y apoyando el peso de su cuerpo sobre el bastón, con su mano libre estirada y el dedo índice apuntando hacia el pie de uno de los columpios, le dice:
Carlos con incontrolada rapidez se aproxima al columpio señalado y se inclina ante el pilar. Con las dos manos eleva el adorno girándolo hacia ambos lados para facilitar su desplazamiento y una vez alzado, lo sujeta con una mano, inclina un poco más la cabeza, ve el codiciado objeto y con la mano libre lo recoge. Esta se encuentra algo humedecida y ligeramente oxidada, así que, saca un pañuelo de su vieja mochila para limpiarla y secarla con esmero. Entusiasmado por el hallazgo, agradece el gesto a la señora. Se pone frente a ella y levantando el brazo con altanería, extiende la mano hacia el cielo y con voz profunda, improvisa un jocoso juramento:
Ambos ríen. La complicidad que flota entre ellos delata una futura y apreciable amistad. Carlos más serio, la dice:
La anciana negando con la cabeza le contesta:
La mujer le azuza y le anima agitando el bastón hacia la puerta para indicarle el camino. Carlos aceptando la excusa, la responde:
La mujer sin dejar de señalar con su báculo, le contesta:
Sin haber dejado de frotar en ningún momento la llave con el pañuelo durante toda la conversación, Carlos se va acercando a la puerta para comprobar su funcionamiento. Con la llave entre los dientes, dobla cuidadosamente su pañuelo, lo guarda en el bolsillo de la mochila y se inclina levemente hacia la cerradura. Cuando va a introducir la llave, piensa:
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Súbitamente se incorpora a la vez que se gira hacia donde se encuentra la mujer, e intenta pronunciar otra frase
Se le corta la voz de golpe sorprendido por la ausencia de la señora. Y vuelve a pensar para sí mismo:
No importa, intuyendo que la mujer acaba de doblar la esquina y no se encontrará aún muy alejada, con la mano extendida y apoyada sobre la mejilla intentando ampliar al máximo su voz, grita:
No obtiene respuesta, y piensa:
Agita suavemente la cabeza para despejarse y se concentra en su cometido. Vuelve hacia la puerta y esperanzado introduce la llave a la vez que suplica en voz muy bajita:
Con un giro de muñeca, ya está, la llave comienza a moverse. Empuja la manivela hacia abajo y arremete con su costado sobre el marco. Sorprendido y pleno de satisfacción, observa como la puerta de repente… se abre. Al crujir de las bisagras, le sigue el sonido de sus dos pasos hacia adelante para después dirigir la mirada hacia arriba. Tras cerrar la puerta con llave se queda boquiabierto y fascinado. El cielo ha sido sustituido por la espesa bóveda arbórea, que realiza las veces de recibidor y antesala del coliseo que forman los árboles del bosque. Después de un rato observando cada rincón, susurra muy bajito palabras que solo puede escuchar el mismo:
O al menos eso piensa nuestro valeroso conquistador de territorios, porque como dirían los lugareños, “los diminutos y mágicos habitantes del robledal, tienen los oídos bien abiertos y toman nota de todo lo que allí sucede”.
Por fin, da comienzo su anhelada aventura. El suelo que esta debajo de la bóveda, aparece yermo y desgastado por el trasiego constante de los caminantes. El claro queda flanqueado por la frondosa vegetación y al fondo, se abre. Este hueco deja ver un rustico puente de madera que atraviesa un prominente arroyo. Al otro lado aparece una senda que pretende invitarle a transitar por su trazado.
Ya caminando y durante un largo trecho va descubriendo rincones y parajes de incomparable belleza que no puede dejar de plasmar en su móvil en modo de recuerdo fotográfico. Sobre todo, le llama la atención la visión del arroyo montañés con su estrepitosa cascada. Más adelante, camino de la montaña ha llegado incluso hasta la vieja cabaña del guardabosque. Allí se encuentra con el viejo “Land Rover” que conduce el jefe de vigilancia estacionado junto a la casa. En el porche, un hombre se afana en abrillantar la madera de la baranda y fricciona con un paño humedecido el pasamanos. Se trata de José, y este, reconociendo a Carlos como un recién asentado vecino de la comunidad, con su habitual sonrisa, le saluda:
El Guarda detiene por un momento sus quehaceres y en gesto de cordialidad le tiende su mano derecha a la vez que se presenta:
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El caminante, estrecha con firmeza sus manos y le contesta amigablemente:
Y José le contesta:
Después, Carlos estrecha su mano y continúa la conversación:
El caminante siente curiosidad y le pregunta a José por la cabaña:
José, amablemente satisface su curiosidad y ofreciéndole una explicación, le dice:
Carlos, satisfecho con la aclaración de José, asiente con la cabeza y le agradece sus palabras. Ambos recorren el entorno y visitan el interior, todo está como si nunca se hubiera deshabitado. José, actúa de guía y demostrando un gran conocimiento en las costumbres de los antiguos moradores le va narrando como era el transcurrir de los días para aquellas gentes´, describiendo con esmerado detalle cómo y para que se utilizaban cada habitáculo y cada utensilio que van encontrando durante la visita. La Impresión que causa en el guiado, es que pareciera ser él mismo… quien la habitó algún día.
No tardan mucho, la casa es pequeña y después de unos minutos, ambos salen. Carlos se despide y retoma su paseo. José, sin haber dejado de sonreír durante todo el encuentro, alza su sombrero por encima de la cabeza devolviéndole la despedida.
De regreso, sigue contemplando el entorno. Llaman su atención además de los robles, sus grandes pinos, el verdor de los helechos y generosos matorrales que con sus futuros frutos proveerán de alimento a la fauna del lugar durante los largos periodos de otoño e invierno. Finalizada la primavera y principio del verano, aún nos gratifican con el colorido y el aroma que desprenden la diversidad de sus flores. De vez en cuando puede ver diferentes y variadas aves, pequeños mamíferos y algún que otro roedor que aparecen entre la maleza. A veces tan solo se les oye, pero todos comparten su existencia. Este despliegue de belleza salvaje y natural, hacen que el incansable andarín se encuentre completamente satisfecho y dichoso.
Durante su trayecto, se cruza con algún grupo de caminantes que pasea deleitándose del paisaje y con otros que corren para mantener la forma física. Todos ellos, demostrando simpatía y educación le van saludando cordialmente cuando pasan junto a él.
Antes de anochecer llega al interior del parque, cierra meticulosamente la puerta y mira hacia todos lados, pero ni rastro de la anciana. Al fondo, algunos vecinos han detenido su paseo para que los más pequeños disfruten un rato de las instalaciones. Se encuentran alejados de los columpios, y con disimulo se aproxima al que le interesa. Cuando se cerciora de que nadie le mira, deposita con celeridad la llave en el escondite secreto. Pero antes de abandonar el recinto, llama su atención un hombre vestido con chándal negro que aparenta más o menos su misma edad.
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Permanece apoyado sobre la valla, al acercarse Carlos hace un amago para saludarle, pero se retrae. El otro ensimismado y distraído, parece estar en otro mundo y no le tiene en cuenta. Da la impresión de que este buscando algo, o a alguien, porque revisa meticulosamente todo el parque. Después, visiblemente contrariado golpea con ambas manos sobre la baranda en gesto de insatisfacción. Acto seguido, se gira bruscamente y se aleja realizando ademanes con los brazos a la vez que murmura palabras para él solo. Carlos no le da mayor importancia y piensa:
Echa un último vistazo y se encamina de regreso hacia su hogar. Está deseando llegar para contar sus andanzas y peripecias al resto de la familia, pero no se aguanta y comienza a enviarles todas las fotografías que ha recogido con su dispositivo móvil, acompañándolas con descriptivos adjetivos.
“Y el alma del bosque al sentir su satisfacción… se siente viva”
Al regresar del paseo, Carlos pone al corriente de su aventura a toda la familia, y como no, su memorable encuentro con la anciana. Al día siguiente, ya es domingo. Y después de la sobremesa a primera hora de la tarde, la familia ávida de aventuras y equipados de indumentaria y pertrechos acordes a su cometido, se dirigen hacia el parque. Gabriel, corre junto a su papá agarrándole por la mano y medio saltando y tarareando alguna melodía. Mientras por detrás de ellos siguiéndoles de cerca, la pequeña Clara intenta zafarse de la protectora mano de su mamá con el fin de unírseles y acompañarlos más de cerca para participar en la divertida marcha. Eva consigue aguantar los envites de la niña y no la soltará hasta encontrarse en lugar seguro. (Aún permanece en su mente con el síndrome de la inseguridad vial de la ciudad).
Inquietos y deseosos, niños y mayores se dirigen hacia su destino. Cuando están a punto de llegar, Gabriel se dirige a su papá:
El papá asiente con la cabeza. Mientras tanto como siempre pendiente de lo que hace su hermano mayor, Clara la niña, mira hacia los objetos recién descubiertos que se vislumbran en el parque. Entusiasmada, los señala a todos con ambas manos y con su vocecita de trapo… grita:
Todos la miran y se ríen. Entre carcajadas y retenidas carreras que son empujadas por la pretensión del encuentro con las atracciones, entran en el parque. No muy lejos de ellos, Carlos y Eva divisan una figura junto a la valla que separa la calzada del recinto y que a él le resulta familiar. Es la señora de ayer. Ataviada y acicalada como el día anterior, de espaldas a ellos reposa sobre la baranda, pero en el primer momento no se percata de la cercanía de la familia. Ella permanece con su mirada fijada hacia un rincón, justo donde se encuentra el viejo roble que protege a los caballitos de muelle. Embelesada en sus pensamientos, parece que busca algo. Sus ojos, empañados ligeramente denotan que está visiblemente emocionada, parece evocar algún alegre y pretérito recuerdo. Pero al percatarse de la presencia de Carlos y los demás, se gira intentando disimular su pesar. Sonríe, y los saluda:
Carlos sorprendido, dirige una sonriente mirada hacia la señora, y piensa:
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El padre de familia la saluda satisfactoriamente y procede a las presentaciones. Conforme va nombrando a cada uno de sus miembros, estos intentan un acercamiento para darle un beso en la mejilla. Nina distraída y elegantemente como sin darle importancia, elude el contacto y sigue hablando, comentando lo acontecido en el encuentro con Carlos el día anterior. Tras las pertinentes presentaciones y diversos comentarios, se separan en distintos grupos. Nina y Eva conversan animadamente paseando por el recinto. Entre otras curiosidades, le cuenta la procedencia de los caballitos de madera que fueron instalados a cargo del dueño de un viejo tío vivo.
Carlos, sujeta a la pequeña Clara que monta delicadamente sobre uno de ellos. A su lado, más agitado y emocionado cabalga su hermano mayor que disfruta a lomos del otro corcel. Al poco tiempo Gabriel, ávido de aventuras se baja de su montura y se dirige a conquistar el resto de las atracciones, y una tras otra, se va ejercitando en ellas. Mientras, la pequeña no se cansa del caballito. Y su papá extrañado porque no le sigue, continúa balanceándola sin soltarla. Los dos se miran y ríen sonoramente.
La niña en especial expresa unas carcajadas pegadizas que llama la atención de Nina. Está sin dejar de conversar con Eva, disimuladamente dirige la mirada hacia tan entrañable escena y no puede evitar emocionarse. De sus brillantes y empañados ojos brotan fortuitas lágrimas. Eva se percata del acto, pero no dice nada. Sin duda esta escena debe evocar aciagos recuerdos a la entristecida anciana que se seca los ojos con el pañuelo. Se levanta con agilidad y agita la cabeza levemente para volver a la realidad, y seguidamente se dirige a toda la familia diciéndoles:
Carlos, la responde insistiendo de nuevo:
Ella se disculpa diciéndoles:
Nina, se sienta en el banco mientras se despide de la familia. Estos se reúnen junto a la puerta de salida. Carlos abre ya con su propia llave que recogió en la oficina de buena mañana y tras volver a cerrar, enfilan rumbo al destino fijado.
El papá, con cierto nerviosismo y ansiedad, no deja de señalar e indicar cada rincón que reconoce por el recorrido del día anterior. Primero, los lleva hasta la interesante casa del guardabosque, y les encanta. Después continúan con “la visita guiada”. Eva y los niños, embobados, dirigen la mirada hacia todos los lados donde él señala. La esposa queda maravillada, sin duda el paisaje es más hermoso de lo que imaginaba. Los niños saltan y corren bajo la atenta vigilancia de sus protectores. Carlos repite el mismo recorrido que ayer y los lleva hacia el sinuoso arroyuelo, al que acompañan durante un buen trecho junto a las transparentes y fragorosas aguas, deteniéndose un buen rato en la base de la cascada. El remolino del agitado líquido… brilla, y lanza destellantes rayos de luz, sin duda causados por algún resplandeciente sedimento mineral depositado en su fondo. Todos se quedan entusiasmados por la visión de tan admirable espectáculo, y especialmente Clara.
La niña se queda absorta, su mirada está dirigida hacia la base de la cascada, su mamá la coge por el hombro y la intenta atraer hacia ellos para continuar el camino. La pequeña se resiste y esquiva a su mamá acercándose más a la orilla. Las aguas no son profundas y no conllevan peligro alguno en caso de que se cayera, pero la mamá guiada por un impulso protector detiene a la niña y la sujeta con firmeza con ambas manos atrayéndola hacia ella. Sus ojos siguen mirando hacia la cascada, parece hipnotizada por los destellantes reflejos que emanan de su interior. La mamá la agita levemente y la dice:
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La niña se deja coger en brazos y sin cejar en su empeño, por encima del hombro de su mamá, continúa mirando hacia el agua con el dedo índice señalando hacia el arroyo y balbuceando, contesta a la mamá:
La mamá se queda momentáneamente perpleja y mira hacia donde señala Clara, después observa con detenimiento, pero no ve nada, solo agua reluciente. Coge a la pequeña en brazos y se reúne con el resto de la familia. La niña sigue mirando hacia su objetivo, no dice nada, solo sonríe y agita su manita hacia los lados en señal de despedida. Al acercarse, Carlos pregunta a su esposa:
Contesta la mamá, y siguen sin perder detalle de los parajes por los que siguen transitando. Su paseo transcurre en poco más de dos horas, la pequeña está cansada y sabiendo que Nina les espera, regresan hacia el parque. A esta, la encuentran justo en el mismo lugar que ocupaba cuando se alejaron, sentada en un banco junto al roble de los caballitos. Al acercarse, se fijan en Nina que se encuentra otra vez abstraída, pero ahora contenta en su tierna expresión mira hacia su predilecto caballito de madera. Otra vez, parece estar recordando entrañables escenas del pasado, su cara expresa distintos y dulces gestos, como si compartiera el momento con alguien querido. Primero ríe… después se sorprende, y a continuación… hace intento de alargar su mano hacia donde dirige su mirada, pero de repente, se percata de su llegada. Eva y Carlos se miran entre ellos, mientras Nina algo nerviosa y sorprendida, aclara su voz y balbucea un saludo:
Gabriel es el primero en contestarla. Con un palo en una mano y una enorme piña en el otro, con voz atropellada contesta…
Visiblemente alterado por la emoción, se queda sin palabras. La pequeña, pegada a su hermano se suelta de la mano que la sujeta y retoma la parrafada intentando imitar sus gestos y frases. Agita insistentemente las manos describiendo pequeños círculos, y apoya el relato de su hermano mayor. Con su aún torpe y escaso lenguaje, intenta repetirlo todo, pero solo le sale la última palabra de cada frase que esboza Gabriel, y con su incauta vocecita, va añadiendo:
Todos ríen al escuchar a la graciosa pequeña que se acerca a Nina y gesticulando con la mano la invita a juntarse a ella para decirle algo más, “en secreto”. La mujer se inclina y arrima sus oídos mientras la niña pone sus manos pegadas a la boca para impedir que se la escapen las palabras y puedan oírlas sus papás. “Al fin y al cabo, ellos no la toman en serio”. Una vez juntas las dos casi rozándose, susurra:
Los ojos de la vieja mujer se dilatan y terminan empañándose de repente a la vez que traga saliva en varios buchitos. La mamá, percatándose de que le está contando alguna de sus fantasías, la separa de Nina. Hace un gesto girando la mano sobre su cabeza, y la dice en voz bajita para que no la oiga:
Pero Nina si hace caso y se queda pensativa. Disimuladamente, mira a la niña, las dos cruzan una cómplice mirada y al unísono, asienten con la cabeza en gesto de conformidad. Después Carlos y Eva se sientan junto a la anciana.
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Al niño nada más ver los columpios, le desaparece de golpe el cansancio y se dispone a disfrutar de todo lo que pueda, y como no, la pequeñaja se lanza en su persecución. El papá pide a su hijo que cuide de la hermana, este asiente y la coge por la mano. Los dos se unen al resto de los niños y estos amablemente los aceptan… porque contra más sean, más divertida será la tarde.
Ya todos reunidos corretean y se disponen a disfrutar de las divertidas atracciones. En el rincón donde se encuentran Nina y el matrimonio, todo se tranquiliza por el momento y Carlos reclama a la mujer el relato prometido.
Nina coge aire, aclara la voz, traga saliva y con expresiva emoción comienza a revelar su historia. Y durante varios días de reuniones en el parque, les va contando con todo detalle lo acontecido hace tiempo, en aquella misma urbanización y en un día parecido al de hoy mismo.
Tan solo detiene de vez en cuando su narración cuando alguien se aproxima junto a ellos, después espera a que se alejen y continúa.
Parece que aparte de sus nuevos amigos, no quiere que nadie conozca su historia. Y los papás sin perder nunca de vista a los pequeños, prestan particular atención al increíble relato de Nina.
“Y el bosque a su lado permanece expectante”
LA HISTORIA DE LA ANCIANA… Como los cuenta Nina, los hechos ocurrieron allá por los años ochenta y tantos... Es el primer viernes del verano antes de la hora de la comida, cuando un vehículo se dirige a la urbanización por la carretera que viene desde el pueblo. Ya a distancia los ocupantes ven la entrada principal que no ha cambiado respecto a cuando se reformó, Incluso La garita y hasta los mismos vigilantes siguen allí. Antes de llegar, al vehículo le acompaña durante un trecho el gastado vallado que sigue rodeando el perímetro con su humilde protección. Todavía no ha hecho falta cambiarlo porque, al fin y al cabo, la ausencia de incidentes no exige nada más.
Los ocupantes de la berlina familiar son el matrimonio formado por Daniel e Isabel. Ambos regentan un establecimiento en el centro de la ciudad, y hoy han dejado sus quehaceres cotidianos un poco antes, ya que es un día especial para la familia porque su primogénito Dani, cumple diez años. Antes de llegar, dos de los vigilantes conversan. Tomás, el más antiguo de ellos y José, el más joven del equipo, mientras llevan a cabo el cambio de turno. El veterano saliente, le pasa las novedades y comandas al joven entrante, diciéndole:
Terminando de equiparse, José, toma buena nota de lo que le dice su compañero mientras recoge de su mano el cinturón compartido que le ofrece el relevado. Cinto que sirve de soporte para las fundas de porra y pistola reglamentarias, además de portar una potente linterna y unos grilletes casi oxidados por el desuso. Mientras termina de ajustarlo bien a su cintura, José le contesta:
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José, coloca y retoca un viejísimo sombrero de ala ancha sobre su cabeza, típico en guardas del monte y muy usado también por vigilantes privados, pero distinto a la gorra que usan el resto de los compañeros. Ajusta sus gafas de sol con cristal de espejo y montura de pasta negra. Ya uno ataviado con la equipacion y el otro de paisano, mientras van saliendo de la caseta continúan hablando, y José dice:
Tomás, se encamina hacia un viejo ciclomotor para regresar a su casa que se encuentra en el cercano pueblo, la arranca a golpe de pedal y se despide hasta el próximo día. José le corresponde alzando el sombrero sobre su cabeza., mientras un vehículo sobradamente conocido para él se detiene en la entrada. El vigilante se aproxima, se quita totalmente el sombrero sujetándolo contra su pecho y agachándose levemente saluda a sus ocupantes:
Daniel, que se encuentra en el lado opuesto, se inclina hacia adelante esquivando el cuerpo de Isabel para verle mejor y le devuelve el saludo a la vez que le reprende con simpática ironía el exceso de cortesía, diciéndole:
El simpático vigilante sonríe, abre las manos hacia el cielo y encoge los hombros como disculpándose, y contesta:
El guarda, con algo de extrañeza por su temprano regreso, pregunta:
Eva más cercana a él, sonríe y tranquiliza al guarda diciéndole:
La mujer recuerda los acontecimientos venideros y le comenta nuevamente:
El joven vigilante escucha la satisfactoria respuesta, asiente afirmativamente con la cabeza y les encomienda un recado para Dani:
Acentúa José, alzando un poco el tono de voz, y después permanece en su puesto decidido a cumplir lo prometido sin dejar de pensar en el comunicado de alerta. De momento, no les comenta nada sobre la conversación que ha mantenido segundos antes con su compañero. No quiere provocar alarma y preocupación, al menos durante este día de celebración, mañana los pondrá al corriente, porque hoy él joven y seguro guardés, se encarga de la seguridad.
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Tras despedirse, el vehículo continúa su marcha hacia el final de la urbanización. Durante el camino Daniel dirigiéndose a su esposa expresa:
Los dos quedan en silencio durante unos segundos y recuerdan los hechos acontecidos algunos meses antes:... La niña perdida. Al principio de esta misma primavera, una tarde soleada de mayo la familia de Daniel se encontraba en el parque después de su habitual paseo por el bosque. Ellos descansaban y los niños gozaban un buen rato de las distintas atracciones. Daniel, sujetaba a la más pequeña que reía sonoramente mientras se balanceaba sobre su caballo predilecto. La mamá, sentada en un banco junto a ellos, leía una interesante novela mientras con el rabillo del ojo vigilaba al más mayor que impulsaba enérgicamente uno de los columpios. De repente, se cansó del viaje y como suele ser habitual, saltó en pleno balanceo, pero esta vez se resbaló y cayó al suelo. Raudo, se levantó sin percatarse de que la sillita regresaba amenazante. El niño se volvió, no quedaba tiempo para la reacción y el borde del asiento impactó contra su ceja cayendo de nuevo al suelo. Al verle caer, la mamá se alarmó sin poder evitar la exclamación de un pequeño grito, a la vez que estaba saltando del banco y el libro volaba por los aires. El papá alertado por la reacción de su esposa también corrió en auxilio del chaval. El accidentado, arrastró su cuerpo unos cuantos pasos y permaneció sentado en el suelo alejado ya del peligro del amenazante balancín de hierro que iba y venía cada vez con menos ímpetu. Con una de sus manos se tapaba la ceja y bajo ella aparecía un fino hilo de sangre, pero antes de que llegasen los progenitores, el valiente muchacho los tranquilizó:
La mamá hizo caso omiso a sus palabras, del bolso que colgaba de uno de sus brazos extrajo un pañuelo, lo oprimió sobre la herida y le reprochaba:
Pero a la vez le abrazaba y le besaba. El papá estaba junto a ellos e interesado por la herida del crio, apartó el pañuelo e inspeccionó su herida. Después le sacudió el pelo cariñosamente y le dijo:
Esto sí que resultaría doloroso para tan ferviente fan del programa, seguro que pondrá más cuidado la próxima vez. Mientras tanto la mamá limpiaba su herida y le colocaba una tirita de colores. El papá le tranquilizó diciéndole:
No había terminado de hablar cuando se percató de la ausencia de su hija, el caballito se agitaba solo. Se alarmó y dirigiéndose a su esposa dijo:
La mamá cambió el semblante de repente y preocupada negó con la cabeza. Todos incluso el niño, la buscaban, la niña era muy hábil en despistarse y ya se había escondido más de una vez. Miraron en todos los aparatos… detrás de cada árbol… debajo de cada planta. Finalmente, Daniel dirigió la mirada hacia la puerta del bosque y vio que estaba abierta, sus bisagras aun crujían a causa de las oscilaciones causadas por la agitación de una leve brisa. Se detuvo, pestañeó despacio, tragó saliva y con gran preocupación dirigiéndose hacia el resto de la familia, gritó:
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Madre e hijo se alarmaron más todavía, sobre todo ella que angustiada echó las manos hacia su cara, no podían creer como había descuidado tanto su vigilancia.
Los tres, se introdujeron en la bóveda de entrada al bosque y gritaban desesperados su nombre, no obteniendo respuesta alguna. Durante largos minutos registraron las cercanías… cada rincón… cara recoveco… incluso en la orilla del arroyo… y nada… no estaba. El padre amplió la zona de búsqueda y se dirigieron al puente. Sobre él, encontraron el lacito de colores que la niña llevaba sujetando su pelo, y se desesperaron aún más. El hombre se situó ante su esposa cogiéndola por los brazos y le dio indicaciones muy precisas:
Isabel, casi llorando asintió con la cabeza y se dispuso a realizar el mandato de su marido. La pequeña no aparecía y la desesperación se apoderó de todos ellos, mientras se dirigían a lados opuestos. Isabel agarrando la mano del niño, se encaminaba hacia el parque para una vez traspasado, encaminarse hacia su casa para hacer la llamada de socorro. El padre se disponía a penetrar en la espesura del bosque, pero no hubo atravesado el puente tan siquiera, cuando oyó gritar a su mujer:
El hombre se giró y se dirigió hacia ellos llegando hasta la entrada del parque. Su mujer no tuvo la necesidad de hacer la llamada de socorro, porque un conocido todo terreno apareció de repente. José acompañado por Isabel y el niño se le aproximaban mientras ella le iba poniendo al corriente del suceso. Se detuvieron junto a Daniel y el guarda le dijo:
Daniel le enseñó el lacito y le indicó donde lo había encontrado. El guardia llamó por radio para pedir refuerzos y ayudar a la patrulla de la guardia civil, pero no los esperaron, y acompañado por la familia, comenzaron la búsqueda.
Guiado por su conocimiento del bosque y apoyado por su gran intuición, se dirigieron a inspeccionar la orilla del arroyo, porque todos conocían el interés que despertaba en la desaparecida, que se quedaba ensimismada mirando la corriente cada vez que paseaban por sus orillas. Transcurrido un tiempo la ayuda llegó.
Paso un poco más y aunque eran ya bastantes los que la buscaban, no lograban encontrarla. El guarda, a través de su walkie talkie, estaba en constante comunicación con las patrullas formadas por guardias y también por todos los vecinos que, alertados por las sirenas y el ajetreo, se habían unido a la búsqueda. Estaban repartidos en cuadrillas organizadas y se escuchaban gritos por todo el bosque llamando insistentemente a la niña, y así continuaron durante toda la noche. Su nombre reverberaba entre las copas de los Pinos y robles, que como si se tratara de antenas de radio, trasmitían repetidamente el desesperado mensaje en forma de eco.
La oscuridad de la noche comenzaba a perder intensidad. Por el este se divisaba ya la aureola del sol anunciando su presencia en breve. José acompañado en todo momento por los padres y el hermano de la niña perdida, se detuvo de repente observando la dirección que tomaba un rayo del sol que salía de entre las copas de los árboles. Fijo su mirada en el punto donde el haz de luz se posaba en el suelo, después cambió su rumbo y con un gesto de la mano indicó a sus acompañantes que le siguieran hacia la cascada.
Antes, ya habían pasado sin obtener resultado, todo estaba tan oscuro que han podido pasar de largo, pero de repente le sobrevino una de sus premoniciones. Los demás, animados por la seguridad y firmeza que demostraba el guardián, le siguieron incondicionalmente. Ya se oía el estrepitoso ruido del agua de la cascada, estaban cerca y a los pocos pasos se acercaron a la orilla.
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El final del rayo de sol provocaba un haz de intensa luz que iluminaba un pequeño hueco que había entre los helechos de la otra orilla. José no lo dudó, se lanzó hacia el agua y se dispuso a atravesar el arroyo. No era de mucha profundidad, pero el agua bajaba gélida desde la montaña a esa hora de la mañana.
Daniel y Isabel, sin pensárselo un solo instante le siguieron de cerca e indicaron al hijo que los esperase. Los tres, ya en la otra orilla se dirigieron hacia el revoltijo de helechos. La mamá que estaba más desesperada se adelantó y removió algunas hierbas arrancadas recientemente. Al apartarlas, sus ojos se dilataron, su boca se abrió de par en par, se abalanzó hacia el suelo y se abrazó a su pequeña que ahí estaba dormidita, como si nada la preocupara. Los helechos la protegían y parecía que la arropaban, impidiendo que penetrara el frio de la noche. La niña se despertó de golpe, pero no se reflejaba en ella temor alguno, parece que no había sufrido ningún daño. Todo lo contrario, miró a su mamá cuando fue capaz de despegarse de ella y sonrió graciosamente. El papá, también se arrojó sobre ellas y los tres se abrazaban con fuerza. Daniel sin soltarse, asomó la cara por un lado y gritó a su hijo:
No necesitó decirle nada más, porque de golpe notó un fuerte apretón. El crio, al ver la escena no había podido contener la emoción y había atravesado el arroyo de dos saltos, abalanzándose sobre todos ellos. Mientras, el guarda emocionado apartó la humedad de sus ojos con la bocamanga de su camisa y lanzó la jubilosa y esperada llamada al resto de los rescatadores. A los pocos segundos, por todo el bosque retronaban fuertes silbidos y gritos de alegría. Todos, guardias civiles y vecinos lanzaban a los cuatro vientos el jubiloso final al recibir las deseadas noticias.
Y como no, el eco del bosque colaboró repitiendo el estruendoso griterío. Ya más sosegados, cruzaron al otro lado del arroyo para dirigirse hacia el parque donde habían quedado con los demás. Por el camino, no dejaban de besar y abrazar a la pequeña, el papá con gran curiosidad la preguntó:
La niña sonrío, a la vez que contestaba:
Los papás se miraban entre ellos pensando que desvariaba su hija. Saben que posee una gran imaginación y no les dieron mayor transcendencia a las palabras, lo importante es que estaba bien. José, escuchó sin querer la respuesta y no dijo nada, tan solo continúo caminando por delante de ellos, y mirando hacia la copa de los árboles expresó una cómplice sonrisa dirigida hacia nadie sabe quién.
Una vez en el punto de reunión, todos se interesaron por el estado de salud de la niña, creyendo que había pasado toda la noche a la intemperie. Al verla se quedaron sorprendidos, ella sonreía y les hablaba con simpatía, como si nada hubiera ocurrido.
Daniel e Isabel, agotando todas las reservas de café, agradecieron de todo corazón la ayuda a todos los participantes, especialmente a José. Y desde ese día y para siempre, le consideraron uno más de la familia. Nunca sabrán que ocurrió realmente, la pequeña insiste en su explicación. Ese mismo día, un médico la examinó concienzudamente, la niña estaba perfectamente sin haber sufrido daño alguno, y eso era lo que realmente importaba.
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Esto fue lo que sucedió hace unos meses y de vuelta al momento, el matrimonio continúa de camino hacia su hogar y después del recuerdo del salvamento de su hija, Daniel se dirige a Isabel diciéndola:
La mujer sonríe con cierta ironía y le contesta:
Daniel, quitándole importancia a su comentario, la replica:
La mujer, ríe irónicamente y añade…
Dando por zanjada esta conversación, la pareja se acerca a su casa aproximándose al dispositivo de apertura que está fijado en un poste a la altura de la ventanilla, Daniel introduce la llave para que la cancela automática de carruajes se abra y le permita el paso al interior de la finca.
Nada más entrar, Niki les persigue moviendo insistentemente su cola y obstaculiza su marcha hacia el aparcamiento que se encuentra entre la casa y la pradera de césped. Cuando el coche por fin se detiene, el perrito en excitado estado de felicidad espera la salida de Isabel, dispuesto a recibir el habitual saludo y alguna caricia que pudiera perderse por ahí. Por fin, cariñosamente la recibe y se aparta para dejar salir a su cuidadora del vehículo.
No habían terminado de apearse, cuando por el quicio de la puerta principal de la casa, asoma Dani que intenta correr, pero una cautelosa mano agarrada a su camiseta, se lo impide. Se trata de su tata Carolina, que le sujeta como buenamente puede, y no le suelta hasta que se asegura de que el vehículo está detenido completamente.
En el otro brazo, intentando zafarse de ella, se agita María. Con tan solo cuatro añitos la dulce y graciosa niña resplandece llena de felicidad, pero inquieta y deseosa intenta soltarse de los brazos de su tía para reunirse con sus papás. Desesperadamente, grita:
Dani, excitado y nervioso por los acontecimientos venideros que le aguardan, y liberado al fin de la atadura de su cuidadora, se abalanza sobre sus papás.
Daniel, al verle llegar se pone en cuclillas sobre el césped y con los brazos abiertos se prepara a recibirle. Un segundo antes del cariñoso encontronazo, el pícaro padre que es rápido y habilidoso, gastándole una inocente broma se aparta rápidamente hacia un lado esquivando a Dani. Este sorprendido y sin tiempo de reacción, cae de bruces directamente sobre la verde alfombra de hierba. Antes del inminente impacto, aparece el deliberado y salvador brazo del padre que evita el golpe. Le sujeta y le abraza por fin, los dos ruedan por la hierba y mientras tanto, entre torpes y apresurados pasitos llega María que ha logrado liberarse también de su guardiana. Sin dudarlo un instante se lanza sobre ambos, y el papá la recoge con el brazo libre. Isabel no tarda en unirse a ellos, y los cuatro ruedan y se revuelcan por la pradera. Carolina, su tata, observa la escena emocionada y feliz.
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Tendidos sobre el césped Daniel sujeta a María que intenta escapar para que la persigan y jugar a pilla, pilla. Su papá no la suelta, al verse incapaz de zafarse del abrazo, entre contagiosas risotadas comienza a gritar estrepitosamente con su voz de trapo:
La pequeña, dirige una comprometida mirada hacia su tata, incitándola para que acuda al rescate. Esta se acerca, alarga el brazo hacia la niña y negando con el dedo índice la reprende con contundencia:
Después carolina, dirigiéndose a su hermano mayor con el mismo tono, le recrimina también:
Daniel, desprendiendo una risita irónica, la responde:
La hermana, riéndose le contesta con la misma ironía y retintín:
Todos disimuladamente ríen la gracia de la simpática niña. Después del buen rato los papás se incorporan, y sin soltar a Dani le abrazan con dulzura a la vez que le estiran suavemente cada uno de una oreja, felicitándole por su onomástica. Desde el suelo, María que no se pierde una, se abalanza de nuevo sobre ellos. Su papá la eleva hasta los brazos y esta se une a la felicitación. Después todos embarullados y abrazados, canturreando entre risas y jolgorios penetran al interior de la casa. Carolina se retrasa unos pasos y los empuja hacia adentro diciéndoles…
Daniel y su hermana Carolina, proceden de una alejada provincia. La joven convive con ellos mientras cursa estudios en una prestigiosa universidad de la ciudad. Durante el tiempo que no estudia, ayuda en las tareas de la casa y cuida gustosamente de sus queridos pequeñajos, como ella los llama cariñosamente.
Dentro de la casa y tras un instante para el café de sobremesa, “llega el merecido descanso”. Pasan un buen rato recostados sobre el sillón de la sala, pero de repente, el sosiego se ve interrumpido por los gritos de María, que se precipita sobre ellos al grito de:
Su tía que se ha tomado el día libre, la ha preparado y vestido para el habitual paseo por el parque. Dani espera en la puerta impregnándose con las plantas que tanto le gustan de oloroso romero. Su mejor amigo le acompaña, y el papá dirigiéndose a los niños, los dice:
Todos asienten y se encaminan hacia el cercano lugar de ocio. Una vez allí, Dani y su amiguito se dirigen hacia los columpios, pero María como siempre se abalanza sobre su caballito predilecto. Aún no puede sujetarse sola, es muy pequeña y su papá la acompaña. La sube a lomos del corcel y ambos comienzan la cabalgada, mientras María grita:
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El padre, sin soltarla agita el alocado caballito cada vez con más brío. La mamá vigila disimuladamente a Dani, puesto que este se cree ya muy mayor para necesitar tutela.
Piensa la mamá. Entre tanto Carolina sentada en uno de los bancos cercanos, aprovecha para dar un repaso a sus lecciones. Ensimismada en la lectura de un grueso libro, solo levanta la vista al escuchar reír a María. No puede evitarlo, sus pegadizas carcajadas le hacen reír también a ella, y sin duda, también a quien la escuche al pasar.
Por un momento la querida tata se relaja, dejando descansar el libro sobre sus piernas y se detiene a observar la entrañable escena. Está acostumbrada, casi todas las tardes repiten el paseo, pero hoy sin saber por qué, presiente algo especial.
Mira a su hermano y observa como disfruta balanceando y agitando a la niña, destacando la dulzura y el cariño que pone al sujetarla. Los dos compenetrados y fundidos en el momento, componen una inolvidable imagen que Carolina gravará en su mente para el resto de sus días. Enternecida, aclara la humedad que comenzaban a aflorar entre sus ojos. Después suspira y retoma la lectura.
La familia ha estado un buen rato disfrutando de la estancia en el parque. A Daniel, como siempre le cuesta trabajo desprender a la niña del caballito, pero la persuade recordándola lo bien que lo va a pasar en el cumple de su hermano. La promesa de dulces y juegos… terminaron de convencerla. Más conformes se retiran Dani y su amiguito Julio que deseando comenzar la fiesta, acceden complacidos a regresar a casa.
Un rato más tarde, después de repasar y verificar todos los preparativos, llega la hora de la celebración. Los invitados van acudiendo, Dani rodeado de sus familiares, amigos y compis del cole, disfruta y goza enormemente de su día. El homenajeado recibe regalos de todo tipo. Entre juegos y risas, la celebración ha transcurrido felizmente y todos lo han pasado genial.
Después del acontecimiento, al caer la noche los abuelos del pequeño son los últimos en retirase. Ya en la calle, se alejan en su coche despidiéndose de Daniel, que los ha acompañado hasta la puerta del exterior. Desde allí por el lado opuesto, vislumbra el todo terreno de la comunidad que se acerca hacia él. En el interior, José el vigilante realiza una de sus habituales y hoy intensificadas rondas nocturnas. Se detiene como siempre, alza su sombrero y saluda al padre del homenajeado:
Daniel improvisando una especie de reverencia militar, acerca la mano a su frente y le devuelve el saludo:
El guardia le agradece la invitación y disculpándose le responde:
Le responde Daniel, y después del amistoso saludo, el vigilante se despide amablemente y se aleja calle abajo continuando su ronda. Otro día hubiera pasado a saludar a la familia, pero hoy no relajará su guardia. Después haciendo caso al vigilante, el padre cierra la puerta exterior con llave y atravesando el jardín, vuelve hacia la casa, pero a mitad de camino se tropieza levemente con la bicicleta recién estrenada del homenajeado. Desde allí mismo, con un intenso dolor en la espinilla y alzando la voz, recrimina a su hijo a grito pelado:
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Se calla porque está seguro de que no le han escuchado, y entra a la casa. Después de recoger el menaje y los restos de la fiesta, el matrimonio y Carolina terminan agotados. Después felices y satisfechos por fin pueden relajarse.
María descansa ya en la camita, su habitación está situada estratégicamente entre el salón y el dormitorio de los papá s para facilitarles la vigilancia, Los dos dormitorios se encuentran en el largo pasillo que lleva hasta la puerta que da al jardín delantero. La pequeña, agotada por la agitación del día, se ha dormido al instante. Carolina y Dani, saltando y jugando, suben los peldaños de dos en dos y se dirigen hacia sus correspondientes habitaciones en la planta alta.
Ambos se despiden asomándose por la baranda de la balconada que se asoma hacia la sala interior. Abajo, sentados en el sillón, la pareja le desea dulces sueños.
La tía acompaña al sobrino hacia su cama, y “aunque no lo necesita porque es mayor”, consiente que le arrope y le despida con un cariñoso beso. Los papás, como es su costumbre nocturna, se han preparado una infusión para relajarse.
Todo permanece en silencio y esta noche, ni siquiera el perro ladra a la luna como es habitual en él. Estará agotado por haber perseguido niños toda la tarde, y tan solo el leve sonido de la tele parece perturbar la tranquilidad de la noche. Pasan los minutos e Isabel se ha quedado dormida sobre el hombro de Daniel. Este, velando su sueño, ni se mueve para no despertarla, Ya es media noche, y el padre de familia suspira aliviado por lo bien que ha salido la fiesta. Pasa el tiempo y la noche se ve rodeada de silencio, hasta que súbitamente se ve roto por el peculiar y recién aprendido grito de María…
Isabel se despierta alarmada, mira a su esposo y le comenta:
Otra vez María, y esta vez con más ímpetu vuelve a gritar:
Esta vez, la voz de la niña no suena como siempre, y Daniel preocupado aparta a Isabel suavemente de su lado. Se levanta y se encamina hacia la habitación de María. Al principio despacio, pero con paso firme. De repente al acercarse a la puerta del pasillo, escucha el trasteo de algún objeto que cae al suelo dentro del dormitorio, y vuelve a escucharla gritar:
La voz de María se ha interrumpido bruscamente, Daniel nervioso acelera el paso e Isabel le sigue de cerca. Estupefacto, entre la oscuridad divisa una sombra cruzando el umbral de la puerta que se va haciendo cada vez más visible al salir al pasillo tenuemente iluminado por la luz de la sala. La silueta de un hombre fornido y algo rechoncho aparece dirigiéndose apresuradamente hacia la puerta del jardín. Su brazo izquierdo, aprisiona a María contra su propio cuerpo, mientras con la mano, aprieta con fuerza la boca de la niña apagando sus desesperados gritos.
Un estrepitoso escalofrió recorre el cuerpo de Daniel, que piensa rápido y reacciona de inmediato. Al traspasar el cerco de la estancia principal, recuerda un paragüero que colocó hace tiempo detrás de la puerta. En el recipiente y entre los paraguas, hay un par de palos de madera con los que a veces practican beisbol en el jardín toda la familia. En plena carrera, el padre coge uno de ellos, el más grande y robusto. Lo agarra con firmeza de la empuñadura y continúa hacia el malhechor que, sin soltar a María, atraviesa ya la puerta que conduce al jardín.
María aterrorizada, “no puede gritar”. Intenta tomar algo de aire, pero la mano que oprime su rostro se lo impide. Poco a poco va perdiendo las fuerzas y su aliento se va apagando. Desesperada, dentro de sí y con el pensamiento, pide ayuda a la gente del bosque, a sus amiguitos como ella los llama, porque son los únicos que pueden oír su silencioso lamento. El malvado no la suelta y continúa en su desesperada huida.
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Inmediatamente detrás, Daniel, encolerizado e impotente quiere correr aún más de lo que puede. Parece que no avanza, pero incrementa su esfuerzo y acelera el ritmo. El perseguido se apresura y ya en el jardín se dirige hacia la salida de la finca. Sintiéndose acosado, gira su mal encarado rostro y ve a su perseguidor que portando una enorme estaca acorta distancia entre ellos, pero continúa sin aflojar un ápice la presión sobre la boca de la pequeña. María no encuentra aire que respirar y el cafre no la suelta.
En plena oscuridad de la noche, el rufián siente aún más cercana la presencia del que le sigue. Con la mano que le queda libre busca algo entre la cintura de su pantalón y sin detenerse ni girarse, extrae un viejo revólver del cinto. Echa su mano hacia detrás, apunta a ciegas y aprieta el gatillo. Un atronador sonido restalla por toda la urbanización. Daniel está atravesando la puerta de la casa y en plena carrera siente un descomunal y doloroso mordisco en el costado.
Una pequeña salpicadura de sangre brota de la blusa de su pijama, pero no le detiene. Su pensamiento se concentra en María, que inerte cuelga del brazo del perseguido, y esto solo hace que acelere aún más su desesperada carrera. El secuestrador al ver que Daniel no cae se dispone a repetir el disparo.
Con la cabeza mirando hacia detrás para esta vez no fallar, se dispone a asestar el siguiente y definitivo tiro que frene la persecución de su adversario. Gracias al destino, su carrera desesperada se ve interrumpida súbitamente, no se percata de la existencia del obstáculo, y uno de sus pies tropieza con la olvidada bicicleta de Dani.
El disparo se pierde en el aire y otra vez vuelve a retronar el cielo en toda la urbanización. El hombre cae hacia un lado, mientras que María inmóvil, cae hacia el otro. Entre la escasa visibilidad el terrible bandido que está en el suelo busca el arma que momentáneamente ha perdido, lo recoge, se incorpora y semi arrodillado vuelve a apuntar sobre el cuerpo de Daniel.
Todo ocurre en segundos, pero el tiempo parece detenerse, todo se ralentiza para el desesperado padre que se acerca. Mientras corre, con el rabillo del ojo observa a su hija tendida en el suelo, María no se mueve. Pero él, entiende que, para ponerla a salvo, primero debe reducir al delincuente. Continúa, solo oye el acelerado latido de su corazón y su agitado respirar, pero recuerda la bicicleta tendida en el suelo y de un salto la esquiva.
Aún por el aire, estira el brazo portador del bate todo lo que puede, la otra mano acude en su busca y una vez unidas las dos, aprieta fuertemente con los puños alrededor del mango. Echa todo su cuerpo hacia detrás para coger la mayor inercia posible sin apartar la mirada de su objetivo, y antes de apoyar el primer pie en el suelo, como un resorte y con todas sus fuerzas, lanza el terrible golpe.
El bate cruza el aire como una centella, los ojos del hombre caído se dilatan por el miedo y el terror se refleja en todo su rostro. El revólver que está ya a medio camino de entonar su siniestra música no tronará de nuevo porque el impacto es inminente. El silbido que produce el palo al atravesar el aire se ve interrumpido por el terrible crujir de la madera al estrellarse contra su cara, a la vez que se produce un impactante sonido de huesos rotos.
El papá de María descarga toda la ira y desesperación acumulada con un rabioso golpe. El impacto es de tal magnitud… de tal envergadura… esta asestado con tanta fuerza y rabia, que el cuerpo del secuestrador sale lanzado por los aires. Se eleva sobre el suelo y cae fuera del camino y el aire se ve salpicado por destellantes gotas de sangre que acompañan la caída.
El cuerpo del golpeado cae boca abajo sobre la húmeda hierba. En segundos, bajo su cara emana un prominente charco de sangre. Daniel tras el golpe y aún jadeante, frena la carrera, toma aire y sin haber soltado su arma, vuelve y se acerca nuevamente hacia su objetivo. De nuevo se dispone a cargar para rematar la faena.
En ese momento se enciende la luz del jardín, y ya con todo el recinto iluminado, observa al malhechor que, tendido frente a él, apenas se mueve. Su cuerpo sufre espasmódicas convulsiones, sus extremidades tiemblan estrepitosamente durante algunos segundos y después, queda inerte.
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Daniel frena en seco su segundo golpe, la grotesca imagen le hace comprender que no es necesario repetir. Vuelve en sí para prestar toda su atención hacia María y se gira hacia ella. Isabel le ha seguido en todo momento, el balazo que ha atravesado el costado del marido ha salido rebotado y ha impactado en el brazo de la esposa. Ella tampoco se ha detenido por el dolor, y de rodillas inclinada ligeramente hacia detrás, aprieta a la pequeña con el brazo sano contra su pecho, el otro sin movimiento sangra abundantemente. La mamá mira a María, que no se incorpora ni recobra el aliento, la agita, pero no responde. Daniel se acerca y todavía no es consciente de la herida que ha recibido. La terrible desesperación, le impide sentir dolor. El padre observa a la niña y esta, no parece respirar.
Acerca su cara a la boca de la pequeña, pero no siente su aliento. Recoge su cuerpecito del brazo de la mamá y la posa sobre sus rodillas. Acto seguido comienza a masajear su pecho, como aprendió en un cursillo de la universidad en sus tiempos de estudiante.
Tras algunos apretones, insufla aire en sus pulmones, vuelve con el masaje e insiste con el aire. Desesperado, no cejara en su empeño.
Carolina alertada por los primeros ruidos, se encuentra a escasos metros de la escena, Ella es quien encendió la luz del jardín, y Dani no la suelta, se encuentra abrazado a su cintura y sus puños aprietan con fuerza el pijama de su tata. Ambos con visibles lágrimas en los ojos y el evidente terror reflejado en sus rostros, observan expectantes y temerosos el terrorífico panorama. Pasan los segundos y María no reacciona.
Daniel aún más desesperado continúa una y otra vez con las maniobras de reanimación. El niño se suelta de su tía, tembloroso y alicaído se acerca por detrás al padre arrodillado frente a María. Le tira insistentemente del pijama por la altura del hombro y llorando, entre rabia y angustia le exige:
El papá se desespera aún más al ver a su hijo, el angustioso nudo que se ha formado en su garganta apenas le deja coger aliento, pero sigue insistiendo en su labor. La madre sigue perdiendo mucha sangre, se debilita por momentos y está a punto de perder el sentido, Intuye que María se aleja de ellos.
Realizando un último esfuerzo, se interpone entre la niña y su papá, y llorando a corazón abierto, la toma entre sus heridos brazos, acerca la cara hacia la de la niña y la susurra con la voz cargada de ternura:
La mujer parece comprender la situación y desesperada, pero con negada resignación, levanta los brazos y dirigiéndose hacia el cielo llena sus pulmones con todo el aire que puede… suelta un poco mientras suspira… vuelve a llenarlos. Entre sollozos lanza un desgarrador grito que resuena por cada rincón de El Robledal, que hasta al propio bosque, estremece:
El grito resuena por todo el lugar, la mamá, vuelve a llenar los pulmones nuevamente y aun con más fuerza como intentando conmover al mundo entero, repite:
Este otro grito reverbera por efecto del eco por todo el bosque, y se repite una y otra vez, cada vez más bajito hasta perderse en la densidad de la maleza. Tras su desesperado lamento y bajando la voz entre susurros, se inclina hacia María, la aprieta contra su pecho y acunándola, la susurra dulcemente:
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La mamá solloza desesperadamente abrazada al cuerpo de su hijita. El padre observa la escena, el nudo de su garganta se tensa aún más, y a duras penas, hace un esfuerzo por contener el llanto. Exhausto, se abraza a su esposa que no suelta a María. Carolina y Dani, paralizados observan impotentes la terrible escena.
Los lamentos y sollozos de toda la familia se ven apagados de repente por un súbito sonido ensordecedor. Fuera, en la calle suena otro disparo. De inmediato un par más. Los de la casa dirigen la mirada al exterior y el azul destello de un rotativo ilumina el cielo de la calle.
Mientras se ocupaban de María, José, el intrépido vigilante había acudido raudo al lugar donde se escuchó el primer balazo. Al acercarse a la casa descubrió al delincuente que se había quedado a vigilar fuera, y cuando se acercaba a la entrada de la vivienda con no buenas intenciones y portando una pistola para ayudar a escapar a su compinche... José le dio el alto y este, sorprendido le respondió con un disparo. La reacción del ágil guardián fue esquivar los disparos mientras se resguardaba tras el vehículo y en segundos… rápidamente desenfundó su arma, retiro el seguro e intuyendo que nada bueno había sucedido en la casa y adivinando las malas intenciones del pistolero, apuntó con pericia. Y antes de que este repitiera una nueva descarga, le asestó dos certeros disparos en el vientre. Tras recibir los impactos, quedó tendido en la calle herido de gravedad.
Así es, unos minutos antes, José que no andaba muy lejos y alertado por el primer disparo, se dirigió hacia aquí y mientras llegaba, lanzó una llamada a la patrulla de la guardia Civil a través de la radio del todo terreno. Estos a su vez, advertidos de que había tiros y por precaución, llamaron a emergencias médicas, y ambos vehículos se dirigen ya hacia el lugar que les indicó el vigilante.
José termina de reducir al herido, aparta el arma de una patada y le esposa por precaución. Al poco tiempo llega la patrulla, los dos guardias civiles tras observar en el exterior que José tiene controlada la situación, se dirigen hacia la casa.
La cancela de carruajes está abierta de par en par, la cerradura ha sido manipulada y los cables cuelgan por la ranura del interruptor. A su través entran raudos al jardín, y descubren la aterradora escena.
Uno de los agentes haciendo uso de sus conocimientos en primeros auxilios, se dirige hacia la niña. Se acerca y delicadamente la separa de los brazos de su mamá. Ella, comprendiendo la situación accede a soltarla, y el agente comienza sus maniobras de recuperación. Isabel totalmente rota y compungida intentan mantenerse despierta, pero finalmente pierde el sentido y cae desplomada sobre los brazos de Daniel que la sujeta como puede.
Él también se siente mareado, pero antes de desmayarse por la incipiente pérdida de sangre, observa al otro guardia que atiende al delincuente abatido sobre el césped. Le está levantando la cabeza para examinarle y observar el aspecto que presenta. Tras comprobar la total ausencia del menor movimiento en sus venas, mira a su compañero, aprieta los labios y mueve la cabeza hacia ambos lados, indicando que nada se puede hacer por él. Después, percatándose de la sangre que empapa los ropajes de la pareja, acude hacia ellos para prestarles asistencia.
El otro compañero prosigue en su empeño por resucitar a María, y no se detendrá hasta que lleguen los servicios de asistencia médica.
Dani, no puede articular palabra, encogido y paralizado, descubre a Niki. El perro se acerca atolondrado, parece despertar de un inexplicable letargo y agita la cabeza intentando despejarse. Sin duda le han suministrado algún tipo de estupefaciente, para evitar que alertara a la familia del peligro que les acechaba.
Su instinto de can le hace percatarse de la lamentable situación y entre lamentos y gemidos se pega al muchacho intentando consolarle lamiéndole insistentemente la mano.
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Mientras que el agente atiende a Isabel pretendiendo cortar la hemorragia, Daniel sigue intentando mantenerse despierto. No oye nada, paralizado y horrorizado, observa toda la escena a su alrededor. Todo es caos y confusión, le falta el aire y el corazón salta dentro de su pecho amenazando con estallar. El nudo de la garganta aprieta a su máximo nivel, la vista se le nubla, su cuerpo y mente colapsan y al final se desploma inerte sobre el suelo del jardín.
No tarda mucho en llegar la asistencia sanitaria. Primero recogen a María, la suben a la ambulancia y durante todo el trayecto hacia el hospital no cejan en el empeño por devolverle el aliento. “Pero el alma de la pequeña María ya ha abandonado su cuerpo. Mas tarde otras dos ambulancias, se ocupan de trasladar a los padres heridos.
En casa y acompañada por José y algún vecino, queda Carolina, que sacando fuerzas de la flaqueza intenta tranquilizar al desconsolado niño. Dani sigue paralizado y no puede ni articular palabra… pero quien la consuela a ella. No es capaz de asimilar lo ocurrido, pero lo cierto es “que ha perdido a María” … “su dulce y queridísima María”.
Y el bosque, en la penumbra de la noche… “llora y vela por su alma”
Dos días más tarde… Daniel, herido en el costado, ha sido operado de urgencia. No revierte gravedad porque la bala atravesó limpiamente su cuerpo, pero, aun así, permaneció casi dos días sin recuperar la conciencia. Isabel también fue operada del brazo y durante el mismo tiempo permaneció sedada debido al traumático shock sufrido.
Carolina se ha hecho cargo de su sobrino, menos mal que en todo momento ha contado con la compañía y colaboración de José, y entre los dos, han cuidado de Dani que, a pesar de sus atenciones no encuentra sosiego. Ambos se esfuerzan para animarlo, intentan trasmitirle resignación, pero a quien engañar, ni ellos mismos son capaces de superar la desesperada realidad.
Con la ayuda de sus padres y familiares, hace frente al papeleo y gestiona el entierro de su sobrina, sin dejar de preocuparse por los hospitalizados que además están en distintas estancias. Va y viene, para estar al corriente de la evolución de sus heridas y así poder informar al resto.
Todo este ajetreo la distrae y hace olvidar por momentos sus sentimientos. Ante los demás se muestra entera y firme, pero cuando regresa a casa en compañía de su desalentado sobrino, la cosa cambia. Intenta que el muchacho cene algo y a duras penas, consigue que ingiera un poco de comida, ella no puede ni probar bocado. Al acostarle intenta despedirse de él como siempre, pero Dani no deja de sollozar. Carolina le mira, no aguanta más y se derrumba. Le abraza con fuerza y ambos rompen a llorar desconsoladamente, y así los dos sin separarse, permanecen largo tiempo tumbados en la cama hasta que el cansancio los vence… y por fin se duermen abrazados.
Al día siguiente, Carolina lleva a Dani a casa de sus abuelos maternos y muy a su pesar, le deja allí. Los otros abuelos, padres de Daniel, están con los padres de Clara, ellos se quedarán algunos días para ayudar y reconfortar a sus queridos familiares. Los cuatro, hacen todo lo que pueden para alentar al niño, y a su vez se consuelan entre ellos.
Ninguno termina de entender por qué ocurren estas cosas. Se preguntan… ¿Por qué tienen que separarse tan violentamente de su queridísima nieta... ¿De dónde nace y se engendra semejante violencia? … Y maldicen al cafre causante de su terrible dolor. Después, intentan distraer a su querido nieto, contándole antiguas anécdotas e interesantes vivencias sobre sus papás de cuando eran pequeños. Mientras tanto Carolina, vuelve al hospital acompañada por el abogado de la familia. Al despertar Daniel, le comunican el triste desenlace.
“El Alma de María, los ha abandonado”.
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Él, ya se lo figuraba, se abraza a su hermana y ambos lloran con rabia y a la vez con resignación. El papá, cree estar viviendo una terrible pesadilla y no puede creerlo, siente que su mundo estalla en mil pedazos. Le cuesta respirar, como si algo estuviera presionando su pecho y se lo impidiera. Se siente incapaz de asumir que no va a volver a ver a su hija y pensamientos de culpabilidad inundan su mente. Siente, que tal vez podía haber hecho más para salvar a su pequeña.
Cuando vuelve a la realidad y recupera levemente la cordura, angustiado y desecho por dentro, tiene que enfrentarse a los lamentables hechos. El médico que le atiende le informa sobre el estado de Isabel, que aún continúa sedada. Él quiere verla a toda costa, la necesita más que nunca. Está en otro hospital y le dicen que pronto, esa misma tarde la trasladarán a su casa. Su abogado y amigo, también visiblemente emocionado, desempaña sus ojos que se humedecieron al contemplar el emocionado abrazo entre hermanos. Primero le da el pésame y también le abraza, después le pone al corriente de los acontecimientos. Como ya suponía, el secuestrador que acabó con la vida de María falleció en el acto a causa del golpe recibido. Su compinche recibió dos disparos de José, el fiel vigilante que con su acto de valentía evitó que la familia de Daniel sufriera más daños. Las heridas recibidas por los disparos serian la causa de la posterior muerte del segundo secuestrador, pero antes, en su agonía y arrepentimiento, confesó los crímenes cometidos hasta este día. Los malhechores pertenecían a la buscada banda que perseguía la policía. La información de este hombre facilitó la detención de todos los miembros de la organizada asociación de delincuentes. Su modus operandi era secuestrar a uno de los más pequeños para obligar a los padres a entregarles todo lo que tuvieran de valor. Incluso al día siguiente obligaban a que las madres sacaran todo el dinero del banco, para que se lo entregaran, mientras mantenían al resto de la familia bajo amenaza de muerte. Pero, aunque consiguieran lo pretendido, nunca habían dejado testigos.
En esta ocasión no se salieron con la suya. Por desgracia María ya no está entre nosotros, pero su sacrificio no ha sido en vano y gracias a la actuación de su familia, la intervención del vigilante y las posteriores pesquisas por parte de las autoridades se ha retirado de las calles a una peligrosísima banda de asesinos y secuestradores, evitando la pérdida de algún inocente más.
El letrado le tranquiliza indicándole que, aunque es el causante directo de la muerte del asesino, el juez que lleva el caso no ha ordenado su detención y que por ahora queda en libertad, dando por hecho que actuó en defensa de su familia. Ningún fiscal se opuso… de cualquier modo, el abogado afirma:
Daniel no se resigna, lleno de rabia y desconsuelo se siente responsable de lo ocurrido, y aún convaleciente pide él alta voluntaria para despedirse de su niña y estar cerca de su mujer y el resto de la familia.
Esa misma tarde, de regreso a su hogar y acompañado por su hermana, se pasan por el cementerio. Sin remedio alguno, ya todo ha acabado, María ya no está con ellos, su cuerpo descansa en paz, pero no la olvidarán. Su alma permanecerá para siempre junto a ellos. Tantos recuerdos y tanto amor no desaparecen de repente. Los seres queridos que nos dejan repentinamente permanecen siempre junto a nosotros, dentro de nuestro interior y de nuestro recuerdo, así qué, nunca se marchan del todo.
El papá abraza la fría losa, y con el nudo de su garganta que le acompaña desde aquel día, dirigiendo unas palabras de amor hacia su pequeña… la dice:
Y de repente se le viene a la mente una de las manías de la pequeña que ellos creían inventadas, pero en este momento, necesita que la fantasía se haga realidad y con toda la fuerza del alma, susurra:
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El cementerio no se halla muy lejos del Robledal, incluso los últimos árboles llegan a rozar sus muros, y el bosque llega a escuchar los lamentos de un padre compungido.
“Y El bosque entero… se estremeció”
Después de un rato contemplando la última morada de María, Daniel y Carolina ya están entrando en su casa por primera vez después de lo ocurrido. Minutos antes una ambulancia ha trasladado a Isabel. La mamá de María, ya de vuelta a la realidad y acompañada por los padres de Daniel, permanece esperándoles sentada en el sillón. Dani está en la casa de sus abuelos maternos, han considerado que el recuentro podría suponerle gran aflicción y lo mejor para él, sería verlos ya más sosegados al día siguiente.
Isabel, al ver a su marido, casi sin fuerza y conteniendo el llanto, alarga las manos hacia adelante solicitando el abrazo de los recién llegados. Se encuentra en un estado profundo de desesperación y necesita despertar de esta terrible pesadilla. Es incapaz de afrontar que el cuerpo de María esté carente de vida, y en su cabeza se repite una y otra vez un deseo:
Y cualquier cosa haría, con el fin de poder de algún modo alargar su corta vida. Alterna la desesperación y el profundo dolor con una rabia incontrolable. La vida de su hija no merecía ese final y no puede encontrar una explicación a una muerte tan repentina. Finalmente acaban todos abrazados alrededor de la mamá, y Daniel otra vez más, se auto inculpa por no haber tomado más precauciones, y entre sollozos comenta:
Carolina, sacando fuerzas de su interior intenta consolarle y con rabia le coge por la pechera de la camisa, le agita y le dice:
Al llegar la noche, los abuelos se retiran hacia la casa de los consuegros y les dejan a solas. Los vecinos para no causar molestias no han querido venir hoy a unirse en su dolor, cuando mejore su salud, no dudarán en trasmitirles su sentido pésame.
Esta niña tan simpática y llena de vida, era querida por todos los que la conocían. El que si se acercado por si necesitasen algo ha sido José, pero tan solo para que sepan que pueden contar con él, en cualquier cosa que precisen. Ha sentido la pérdida, tanto como si se tratara de un familiar suyo, porque así se siente de querido en esta familia. No se ha aleja mucho porque el viejo Land Robert está de guardia en la cercana esquina esta noche.
La hermana de Daniel se queda junto a ellos. Carolina, preocupada por el delicado estado de salud que afecta a la pareja, intenta cuidarlos lo mejor que puede. Les ha preparado una tranquilizadora infusión relajante, se la ofrece y los tres se sientan para tomársela. Dani entre tanto sigue en casa de los abuelos, mañana regresará junto a sus papás. Una larga y desconsolada noche, les espera a todos.
El tiempo transcurre, no pueden conciliar el sueño y permanecen en la sala hasta altas horas de la madrugada. El hombre y las dos mujeres echan de menos las risas de María. Unos intentan consolar a los otros y al final, Carolina agotada se duerme en uno de los sillones. Isabel y Daniel no pueden. Abrazados, pegados el uno al otro intenta comprender por qué les ha sucedido todo esto. El silencio envuelve la noche, pero antes de cerrar los ojos, Isabel dirigiendo su mirada perdida hacia el techo de la estancia, esboza unas sentidas palabras evocando a María:
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Ya sin aliento y fatigada, por fin se duerme. Daniel ha escuchado las palabras de su mujer, hace un gran esfuerzo para contener el llanto, traga saliva y visiblemente afectado, comienza a rememorar los entrañables momentos que pasaron con María. Se encuentra tan sumido en estos recuerdos… son tan cercanos y sentidos que incluso cree oír la vocecita de su pequeña, cuando pedía socorro y auxilio. De repente, un susurro en la noche se hace sentir en la sala:
Daniel cree estar dormido y oye la voz de María que pide socorro y no distingue entre sueño y realidad, y piensa:
El perro ladra inquietamente en el exterior, se calla por un momento y otra vez se repite el anterior susurro, que con más fuerza resuena por toda la casa:
Otra vez la voz, pero esta vez con más intensidad despierta a Isabel, y de nuevo se vuelve a escuchar:
Ambos cruzan sus miradas fijamente, reconocen perfectamente la voz:
Se comentan entre ellos. La voz aumenta de volumen y despierta a Carolina, Daniel la mira y la pregunta:
Carolina, apretando los labios y con las dos manos unidas tapándose la boca, asiente con la cabeza y dice:
Isabel no da crédito a lo que oye, pero es la primera en reaccionar. Se levanta y camina hacia el pasillo de donde se origina el sonido de la vocecita. Sin parar, aturdida y nerviosa, los dice:
En el exterior, Niki sigue ladrando insistentemente, incluso aúlla al cielo. Isabel emocionada y nerviosa, les invita a levantarse haciendo gestos con su mano sana, y les indica el camino a seguir. Carolina y Daniel dolorido por las heridas, la siguen como pueden. Los tres creen ser víctimas de una locura colectiva, pero los gritos cada vez parecen más reales. Todos apresurados, se dirigen hacia la procedencia de la voz y en la habitación de María, la puerta está cerrada. Se animan a abrirla, encienden la luz y no se observa nada, tan solo la ventana abierta de par en par. El visillo es agitado por una extraña y luminosa corriente de aire que parece conducir el susurro. Otra vez vuelven a oírlo y esta vez proviene del exterior.
Se apresuran y mientras tanto, Niki sigue aullando. Una vez en el jardín continúan oyendo sus lamentos y ahora sí determinan su procedencia. Vienen del bosque y los sollozos parecen provenir de la zona próxima al parque, no lo piensan dos veces y hacia allí piensan dirigirse. Una vez en el jardín, Daniel se detiene y les pide a sus acompañantes que esperen, aunque está a punto de amanecer, aún les envuelve la oscuridad. Vuelve a la casa y recoge su mochila de paseo, en ella guarda entre otros utensilios, una potente linterna. Después se dirige hacia la puerta y toma el otro bate del paragüero, “por si acaso” … Lo encaja dentro de la mochila y se la coloca a sus espaldas.
Ya se acerca a sus compañeras, salen de la casa y siguiendo los gritos de María que no cesan en ningún momento, se encaminan calle abajo, y el fiel perro les sigue de cerca. En la urbanización nadie más oye la llamada de socorro, tan solo se escuchan las pisadas de su caminar. De espaldas a ellos y a contraluz, observamos sus peculiares siluetas, las dos mujeres de la mano, Carolina sujeta y ayuda a su aún convaleciente cuñada, con paso firme y decidido.
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Acompañado por el perro, un poco más adelantado y aún más apresurado, se recorta la imagen de Daniel, que también renquea debido a sus heridas. Su figura a contraluz evoca a la imagen de un aguerrido Samurái, con su catana sobresaliendo por encima de los hombros.
Ya en el parque, atraviesan la empalizada. Hay poca luz, el hombre enciende su linterna e ilumina el camino. Isabel, parece saber hacia dónde dirigirse. Daniel la acompaña adivinando el camino que quiere tomar su esposa y Carolina los sigue con decisión. “Una especie de locura comunal, parece haberse adueñado de sus mentes, pero por muy insensato que parezca, se agarrarían hasta a un clavo ardiendo y nada ni nadie sería capaz de detenerlos”
Los tres, atraviesan el puente y siguen arroyo arriba. El bosque se va iluminando por los primeros rayos de sol que aparecen entre las ramas de los árboles. Algunos metros más adelante, un extraño brillo nace del fondo de la cascada del arroyuelo. Es el mismo lugar en el que encontraron a María cuando se perdió. Se acercan, el agua de la cascada desprende luminosos rayos de luz. De ella emana otra vez el lamento de María y con más fuerza al sentir la cercana presencia de sus papás… o ¿quizás sea la corriente del arroyo el que confunde sus mentes desesperadas? Pero a ellos les da igual, porque suena a la voz de María:
Después de escuchar a maría con tanta claridad, se apresuran introduciéndose en el agua, y se acercan a la base de la pequeña catarata. El can, en claro estado de excitación se queda en la orilla por temor a mojarse, y otra vez María vuelve a solicitar amparo. Ahora no les cabe la menor duda, aunque reverbera por todo el lugar, es la voz de trapo de María.
El agua de la cascada, de repente se turba oscura, como si un asustado calamar mientras huye, hubiera expulsado su tinta en ella, y el vapor del agua se ennegrece produciendo una tenue y oscura neblina a su alrededor. En ese momento, se miran y sin mediar palabra y con decisión deciden retirar el velo de la incredulidad que pudiera empañar su mente, y abren de par en par sus corazones. Los tres se abalanzan decididamente hacia la opaca columna de agua que les separa de la voz. El vapor espeso y oscuro se disipa a su paso y va perdiendo intensidad. A su través, entre el agua va apareciendo la pequeña mano de una niña, solicitando y suplicando ayuda. La mamá, no se lo piensa dos veces y se arroja hacia ella. Con la mano sana, sujeta con fuerza la de la niña, el tacto es suave, casi inapreciable, pero puede agarrarla y aferrarse a ella con firmeza.
La mamá tira hacia ella, sus fuerzas no son suficientemente enérgicas y arrastran a ambas al fondo del torbellino. Daniel al percatarse de ello, agarra por la cintura a Isabel y aúna su energía con ella, y ambos tiran con más fuerza aún, pero no es bastante y siguen perdiendo terreno. Algo o alguien, tira de la niña hacia la oscuridad. Sin tener que reclamárselo, las manos de Carolina de inmediato están rodeando la muñeca de Isabel para tirar con más ahínco todos juntos. La gélida agua que proviene de la cascada se estrella contra sus cuerpos haciéndoles cerrar los ojos y aturdiéndoles aún más, pero insisten en su cometido. Lo van consiguiendo, tras la pequeña mano aparece el bracito y después asoma su carita. Más tarde su pequeño cuerpo. Y María, desesperadamente solicita más ayuda.
Como siempre, pidiendo ayuda a quien considera su héroe, pero Daniel no puede creer lo que ven sus ojos, “realmente, es la imagen de María”. Sus renovadas fuerzas se acentúan y tiran con más brío. Ya la tienen casi fuera cuando de repente, asombrados observan que sus tobillos se encuentran rodeados por dos manos oscuras y arrugadas que no la sueltan. Tiran un poco más y agarrado a los pies de la niña, comienza a asomar una horrible y desfigurada cara, que gruñe y se queja. Daniel, mira fijamente al espectro, y reconoce rápidamente al asesino de María, pero sorprendido, afloja un poco.
Por momentos el monstruoso ser, parece que gana la partida. Daniel, horrorizado y sorprendido… pero decidido, piensa rápido. Sin pensarlo coge aire y toma aliento, y con el último y desesperado esfuerzo, pega un increíble tirón hacia ellos. Con este acto recuperan algo de terreno y extraen casi por completo a María y al cafre que no la suelta en ningún momento. Aferrándose a ella con desesperación también sale del agua oscura.
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Obsesionado y de mente enfermiza, comprende que, si la suelta perderá su última oportunidad de regresar al mundo, penetrando en la penumbra eterna. Daniel mira a las dos mujeres y les pide un último esfuerzo:
Dejándolas en una posición ventajosa, suelta a Isabel. Con su mano derecha por encima del hombro, extrae el bate de su mochila, lo empuña con ambas manos y con firmeza amenaza al espectro, dispuesto a asestarle un golpe aún mayor que el que le causó la muerte. No hace falta ni golpearle. Este, al ver la estaca de madera y observar la desesperada y rabiosa mirada de Daniel, suelta a María y entre horribles gritos y terroríficos alaridos, se deja engullir por la oscuridad del agua. Le tiene más miedo a él, que a las propias tinieblas. Y ambos… desgraciado y oscuridad se disipan y desaparecen corriente abajo sin dejar rastro alguno.
La luz vuelve y el resplandor se restablece, el Sol ilumina todo el entorno. Después, primero salen del agua las dos mujeres quedando tendidas en el suelo. Daniel junto a Niki que se ha pegado a él, ha salido despedido hacia el otro lado debido al ímpetu del intento de golpear al cafre. Se incorpora elevando la cabeza, su mirada se apresura en busca de María, aún no está seguro de haberla recuperado, quizás no haya sido más que una alucinación y teme no verla. Se tranquiliza y respira aliviado. El extraordinario y singular cuerpecito de María descansa en el regazo de su mamá. Esta no piensa en nada, tan solo la sostiene. Se da cuenta de que no pesa nada, es como si aguantara un globo hinchado con aire, pero su tacto es suave y delicado.
Ella viste el pijamita que llevaba su última noche, la piel de su cara y de sus manos, brilla ligeramente. La mamá la acaricia, nunca había notado un tacto tan extrañamente agradable. Isabel mira fijamente a la niña y con un tono tierno y rebosante de cariño… una voz que solo puede expresar el amor de una madre hacia su hija… la dice con toda la dulzura de su recién resucitado corazón:
Isabel, se dirige hacia su marido y hacia su cuñada, y los mira entusiasmada. Su corazón se ha llenado de esperanza. Llora, pero ya no son lágrimas de dolor, si no de la más increíble alegría. Todo el sufrimiento se ha disipado de repente. No busca explicación ni razonamiento lógico, no desea una respuesta coherente a lo que ha sucedido, lo único que la importa es que su hija ha vuelto. La mamá se dirige a sus acompañantes, y como queriendo convencerlos de lo obvio, los dice:
Daniel es el primero, incrédulo pero esperanzado acerca la mano hacia el rostro de María y la acaricia, nota su tacto y sonríe, después mira a su hermana y la invita a imitarle.
Ella repite la acción, acaricia sus manitas y lo comprueba. La felicidad del momento no les deja pensar, pero tampoco quieren hacerlo. Permanecen largas horas sin moverse del sitio, abrazando y besando a María. La pequeña, desprendiendo felicidad les devuelve cada beso y cada abrazo. Otra vez el tiempo se detiene, pero esta vez es para bien.
Al cabo de un rato todos regresan a casa sin separarse de la niña, se la pasan de unos a otros compitiendo por tenerla en sus brazos, el perrito corretea contento entre ellos y de pronto Daniel se da cuenta de algo insólito, su herida ha dejado de dolerle repentinamente y pregunta a su esposa…
La mujer ni se ha dado cuenta, se toca el brazo, se lo aprieta varias veces y contesta…
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Sin duda la inmensa alegría que invade sus corazones les ha inmunizado contra el dolor. ¿o quizá haya sido la milagrosa agua de la cascada?
Después, Los cuatro comienzan a dirigirse hacia la casa. Detrás de ellos, al fondo de la calle y sin que se percaten de su presencia, en el interior de su Land Rover, José ve regresar a los tres, pero no les dice nada. Otra vez mira hacia las copas de los árboles, levanta su sombrero saludando al bosque y sonríe satisfecho.
“Y el bosque le devuelve la sonrisa, agitando las hojas de toda su foresta”.
No tardan en llegar a casa, una vez dentro se acomodan en el sillón grande todos juntos, asimilando los acontecimientos y sin dejar de mirar a María. De repente, la mirada de la pequeña busca en todos los rincones y extrañada, pregunta…
Es cierto, ninguno pensó es su hermano, el papá la mira y la responde:
Se levanta, coge las llaves del coche y sale disparado deseoso de darle a su hijo la mayor de las sorpresas. Antes de atravesar la puerta piensa un momento y se detiene por un instante. Mira a las dos mujeres y les comenta:
El papá piensa en lo que ocurriría si todo el mundo se enteraba del reencuentro con María, se le pasaba por la cabeza de todo. Los estudiosos de todo el mundo interesándose por el suceso… las autoridades tomando el mando de la situación… y los religiosos se escandalizarían.
Al poco tiempo, Daniel se encuentra con su hijo, no le cuenta nada para no alarmarle y darle una gran sorpresa. A los abuelos, Intenta reconfortarlos diciéndoles...
Estos se quedan intrigados, pero a la vez esperanzados por la conducta y las palabras de Daniel.
Ya de regreso a casa, entran en la sala, las cabezas de su mamá y de su tata asoman por encima del sillón, que se encuentra de espaldas a su dirección. Desde el suceso no ha visto a su mamá y ansioso por acometer el encuentro, corre con los brazos abiertos.
El papá se emociona intuyendo la sorpresa de su hijo, a la mamá y a Carolina les ocurre lo mismo y contienen su llanto emocional. El muchacho bordea el sillón y continúa con los brazos bien extendidos, preparándolos para un extenso y afectuoso abrazo. Se detiene súbitamente, se frota los ojos con ambas manos y con la boca abierta se queda perplejo por la sorprendente escena que contempla. Entre las dos mujeres, asoma una pequeña y familiar figura que alarga los bracitos hacia él. Los puños de María se abren y cierran reclamando con premura el acercamiento de su hermano. El niño se aproxima lentamente con pasos muy cortitos. Incrédulo aún, duda de lo que le indica su vista, tímidamente acaricia la carita de María, siente su tacto y sin pensarlo se precipita con delicadeza sobre ella. Con los ojos cerrados, se deja llevar por el momento y ambos se funden en el abrazo más emotivo y afectuoso que jamás haya podido contemplar ningún ser humano.
El crio no puede articular palabra, se aparta levemente y mira a su querida hermanita, más bien la examina con detenimiento. Una y otra vez vuelve a acariciar su cara, su pelo sedoso y sus manitas suaves. Sonriendo y orgulloso, mira a los demás.
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Su papá, roto por la emoción traga saliva intentando deshacer el nudo que ahora de felicidad oprime su garganta. Su tata no puede aguantarse y rompe a llorar. Su mamá, le mira tiernamente con los ojos empañados, le acaricia la cara y la acerca hacia la suya. Le besa con suma dulzura y le mira fijamente a los ojos y con palabras tiernas llenas de amor, le dice:
Isabel con una de sus manos abraza a María y con la otra se agarra a Dani. Bueno… más que abrazarlos, los estruja contra su pecho. Los demás no pueden aguantar la emoción y se abalanzan sobre ellos fundiéndose en un inacabable apretón. El perrito que ha penetrado a la casa al regreso de Dani, pleno de júbilo y alborozo mueve con ahínco su colita y se une a ellos restregándoseles en los pies. Toda la familia al completo se ve reunida otra vez.
Al siguiente día, María sigue con ellos. Sus papás no se separan de ella, aún incrédulos siguen temiendo que desaparezca en cualquier momento, del mismo modo que apareció repentinamente. Su alma corpórea repleta de vida se hace visible ante sus seres queridos, pero permanece totalmente imperceptible para el resto de las personas. La renacida niña con su imperfecto lenguaje intenta contarles todo lo acontecido durante su ausencia y relata su traumática experiencia. Pone las manos sobre su boquita y nariz y los dice…
María mira hacia donde está su papá y continúa diciendo…
Daniel, la mira visiblemente emocionado, pero satisfecho la contesta:
La mamá la mira, asiente y apoya las palabras del papá:
La familia, nunca comento nada ante los demás, y tan solo los abuelos tuvieron la oportunidad de ver a María. Todos se conjuraron para guardar el secreto familiar durante el resto de sus días. De ahora en adelante visitarían a su familia más asiduamente y los acompañarían en sus paseos por el bosque. Todos ellos hubieron de cambiar algunos hábitos y su conducta cotidiana. Pero en general su vida transcurría plácidamente. Los papás se turnaban en el trabajo, y su tata colaboraba en su cuidado y compañía.
“Quién sabe si este milagroso suceso podría haberse producido en cualquier otro lugar, lejos de este bosque”.
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Pasaban los días y los años, María no cambiaba de aspecto, su cara y su cuerpo seguían con el mismo aspecto de niñita como cuando reapareció en la cascada del arroyo. Aprendía cosas nuevas, sus papás y su tata la enseñaron y educaron casi con normalidad.
Al trascurrir el tiempo, algunas costumbres y su modo de vida variaron notablemente, sobre todo echaba de menos jugar con otros niños de su misma edad. Dani se esforzaba para suplir esta falta y casi siempre lo lograba. La pequeña mantenía su apariencia de niña, pero los demás, siguiendo el curso del tiempo sufren en su fisonomía las correspondientes variaciones, pero lo que nunca… nunca cambió, fue la diaria tradición familiar del paseo por el bosque y la usual visita al parque.
La niña nunca se cansaba de montar sobre su caballito de madera favorito, donde Carolina siguió cada tarde fotografiando en su mente la tierna escena de su hermano balanceándola, sin apartar la cariñosa mirada de ella.
A causas del terrible suceso acontecido en la casa de Carlos, los vecinos de la urbanización unánimemente acordaron fortificar el perímetro de seguridad, aumentaron considerablemente la plantilla de vigilantes y modernizaron los equipos técnicos de observación. Sin olvidarnos de José, cuya presencia se hizo imprescindible para la tranquilidad de todos. En agradecido reconocimiento por parte de toda la comunidad, le ascendieron y prorrogaron su contratación indefinidamente, hasta que él quisiera.
El flamante y orgulloso guarda´, continúo ganándose la confianza y el crédito de todos los vecinos, a partir de aquella fatídica noche se agudizó su intuición en mayor cuantía, porque de algún modo algo le hacía saber cuándo iba a producirse algún peligro antes de que ocurrieran. Desde entonces, ningún suceso de importancia ha alterado la convivencia del Robledal ni en sus alrededores. Todo el mundo pensaba que era a causa del vigilante, que no solo controlaba la urbanización, también gran parte del bosque.
Años después, Carolina finalizó al fin sus estudios en la ciudad. Un buen día y muy a su pesar, partió hacia Estados Unidos a perfeccionar el inglés y realizar alguna práctica en una empresa relacionada con su especialización. Allí conoció al que fue su marido y durante algún tiempo permaneció junto a él. Estaba tan alejada y llevaba una vida tan ajetreada por su trabajo, que no tuvo tiempo de hacerles ni siquiera una fugaz visita, tan solo, conversaciones telefónicas y los últimos años de vez en cuando, videoconferencias. Pero en ellas, ni oía, ni veía a María, así que… “no podéis imaginar como la echaba de menos”.
La felicidad conyugal de Carolina se mantuvo durante varios años, pero un buen día, sin previo aviso, se presentó en casa de Daniel para comunicarles la noticia de su separación. El tiempo de este romance acabó, pero el otro amor que sentía por su familia perduraba arraigado con fuerza en su corazón y añorando el pasado, volvió junto a ellos.
Comunicó los últimos acontecimientos acaecidos en su vida y les preguntó si conocían algún lugar cercano donde instalarse. Daniel y Isabel no consintieron que fuese a ningún otro sitio y la convencieron para que ocupara su antigua habitación, y además la ofrecieron que colaborase en su negocio, al fin y al cabo, les venía de perlas esta ayuda extra. Ella encantada aceptó, lo que más adoraba en este mundo se encontraba allí y le permitiría estar junto a ellos el resto de sus vidas. Y no pensaba tan solo en los familiares, a su mente le llegaba la imagen de una silueta con sombrero de ala y gafas oscuras cabalgando incesantemente sobre su majestuoso todo terreno.
Pero solo era una ilusión. Seguramente aquel joven que dejo un día aquí seria ya un hombre maduro recorriendo su camino y seguramente habría formado su propia familia. Aun así, estaría encantada de volver a verle.
Dani, el niño alocado y rebelde que pasa de la treintena, regenta un negocio paralelo al de sus padres y un poco más serio… “sigue en casa conviviendo con ellos. Daniel e Isabel pasan de los sesenta, pero se mantienen en forma. Todas las tardes después de la sobremesa, podemos verlos paseando hacia el parque, acompañados por su hijo.
María, la adorable niña, sin cambiar de aspecto por el trascurrir del tiempo los acompaña a todas partes. (en la familia existe la creencia de que, si la dejan sola por un instante, desaparecerá para siempre).
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Tampoco ha cambiado el apego de María hacia el caballito de madera, que imperecedero permanece en el mismo emplazamiento de siempre. Escoltado por su inseparable compañero continúan bajo la protección del cada vez más viejo roble. Durante todos estos años, ella no ha dejado ni un solo día de disfrutar durante un ratito, de una cabalgada. Además, desde este día y ya para siempre, los acompañará su tata.
Calle abajo transitan felices los integrantes de tan peculiar grupo, Daniel, Isabel, Dani, María y Carolina llegan al parque, el único que falta es el pobre Niki, que murió cuando tenía más de veinticinco años, edad demasiado longeva para un perro normal, pero no para la mascota de esta familia que vive cerca del bosque. Una vez allí, Dani y su mamá rodean el recinto conversando afablemente mientras pasean a la sombra de los árboles.
Carolina se detiene unos metros antes de llegar, porque hoy especialmente le gustaría revivir una antigua y vieja imagen que tiene grabada en su memoria. Atenta y expectante, apoyada sobre la baranda del vallado del parque, espera a que se produzca.
¡Por fin el esperado acto, da comienzo! Nada parece haber cambiado. Aunque ella no lo haya visto, durante años cada día se repite la misma acción. Daniel se acerca al roble, coge a María por las axilas, la eleva y la acomoda suavemente sobre su corcel favorito. Al sentirse sobre su montura, la conducta de María cambia repentinamente y en su mente vuelve a ser la niña de antes. Montada sobre su caballo, se agita e incita al papá para que la balanceé con más fuerza y ahí se produce el momento que Carolina estaba esperando. No se ha movido del lugar donde se detuvo aguardando este instante. De repente el más deseado colofón, se produce, ¡María… ríe feliz!
Sus enormes carcajadas se escuchan y reverberan por toda la urbanización, y por cada rincón del bosque. Este, emocionado, le devuelve el regalo a través de su eco, que repite e incrementa potencialmente el efecto de sus risas, fundiéndola con los demás sonidos de la naturaleza y creando de este modo uno de los momentos mágicos que le dan fama al lugar.
Carolina pestañea intermitentemente, parece estar disparando ficticias instantáneas con sus ojos con el fin de grabarlos en su recuerdo para siempre. En ese mismo momento, por la calzada y muy despacito se desplaza un viejo y conocido todoterreno. En su interior se distingue la figura de José que es reconocible siempre por el curtido sombrero de ala ancha que le cubre la cabeza. Todas las tardes a la misma hora.
En días de trabajo o de descanso, siempre acude la cita. Nunca le contaron nada sobre María, no se sabe si fue por temor a que no les creyera, o si en el fondo, quizás no hiciera falta decírselo… Piensan que no ve a María, pero su conducta denota lo contrario porque cada día cuando se acerca, la niña dirige su mirada hacia él, y este parece devolvérsela, y también se ríe al son del eco del bosque, El papá le mira con el rabillo del ojo y es consciente de que, si no la ve, al menos la intuye.
Desde que le conoce y sobre todo cuando encontró a María sobre los helechos en la orilla del arroyo, piensa que hay algo especial en ese hombre y que, de algún modo, está vinculado fuertemente al místico Bosque y a los misterios que le envuelven. Llega por el lado opuesto al que suelen acercarse, por lo cual aún no ha visto a Carolina. Al pasar junto al resto, aminora aún más la marcha y los va saludando:
Una cómplice mirada se cruza entre el viejo vigilante y Daniel, como si no sintiera extrañeza al verle agitar el caballo de madera, vacío y desocupado. Daniel sonríe y le devuelve el saludo:
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Mientras le saluda, eleva la barbilla, señalando con un gesto hacia donde se encuentra su hermana, sin dejar de agitar el balancín, y asintiendo varias veces continúa diciéndole:
Carolina permanece ensimismada, se vuelve hacia el vehículo que se detiene del todo junto a ella, y escucha:
El vigilante se ha bajado del vehículo apresuradamente y la saluda a la vez que alza ligeramente el sombrero sobre su cabeza. La mujer le mira y sonríe, le recuerda con cariño y emocionada le recrimina con simpática ironía:
El vigilante sonríe, abre las manos hacia el cielo y encoge los hombros como disculpándose, y la contesta:
Ella se aproxima besándole en las dos mejillas y con más seriedad le dice al querido y viejo guarda…
Esta escena le resulta familiar a Daniel, que le parece haberlo vivido anteriormente. Le trae memorables recuerdos del pasado y sigue atentamente la conversación. Demostrando el orgullo y la admiración que siente por su amigo, dirige una indicación a su hermana y dice:
El hermano de Carolina y amigo de José detiene su balancear por un segundo y en un gesto de simpática broma, realiza el simulacro de un saludo militar. Se pone firme con la mano extendida sobre su frente, mirando serio al cielo. (Bueno no tanto, por lo bajito deja escapar una leve sonrisita mientras realiza el ademán). Todos los demás ríen la gracia y saludan de igual modo a su admirado custodio.
María, también imita a su papá con el saludo y dirige su mirada hacia el conductor, y este parece percibirla. Un atisbo de mística e inusitada complicidad oculta parece vincular a la niña con este vigilante, que ya en una ocasión la había salvado la vida gracias a su intuición y conocimiento del Bosque.
Mientras los demás siguen en sus cometidos, Carolina y José continúan su conversación. y ella le pregunta por la vieja cabaña, porque no sabe si aún sigue en pie. José se lo confirma:
Ocasión que aprovecha ella para conocer, digamos, su estado civil, así que le dice:
Y José, algo sorprendido no sabe que decir, después se da cuenta de la indirecta, y con gran agrado, suelta:
A Carolina se le acrecienta la sonrisa y el brillo de sus ojos, nerviosa y visiblemente emocionada asiente con la cabeza, y acepta la oferta:
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Y además apresura la cita:
Claro que sí, como va a negarse, sí lo está deseando. José siempre ha estado enamorado en secreto de ella, pero nunca se atrevió a confesárselo, pensando que al pertenecer a clases distintas le rechazaría. Está claro que antes no conocía bien a esta familia y el amor mutuo que ella le dispensaba, porque ahora y siempre le han estimado con gran amistad, además ninguno de ellos ha valorado jamás a las personas por su estatus social. De hecho, los padres de Daniel y carolina fueron labradores durante toda su vida y casi toda su familia del pueblo, siguen trabajando el campo.
(Al poco tiempo de la marcha de Carolina, José, se enteró de su boda. Hubo de resignarse, pero nunca se olvidó de ella y siempre la guardó en sus más profundos pensamientos. Durante este tiempo, mantuvo alguna que otra relación con algunas mujeres, pero el amor, el verdadero, no surgió, parecía que el destino se lo guardaba para otro momento. Ahora sus sentimientos renacen de nuevo y se abre una nueva puerta a la esperanza). Como no va a aceptar ir mañana con ella, “lo dejaría todo para llegar a este fin”.
Tras esta cita se sucederán muchas otras, esta amistad se acrecentará y perdurará a lo largo del tiempo. El valeroso y simpático guardián, ahora más contento que nunca, se despide de la familia agitando su mano a través de la ventanilla. Calle arriba y despacito como siempre, (realmente, bastante más contento que de costumbre), inspeccionando cada palmo de terreno sin perder detalle bajo la atenta mirada que se adivina a través de sus gafas de sol, se va alejando y después de una última mirada hacia la mujer por el retrovisor, desaparece al fondo de la calle. Carolina continúa disfrutando del maravilloso día, Isabel y Dani la sonríen con complicidad y Daniel está satisfecho observando el rostro de su hermana, que la brilla como nunca, y a la vez que suspira, piensa:
“Y el bosque, junto a ellos, También suspira” …
Desde entonces y durante varios años más, la familia vivió grandes y emocionantes momentos, disfrutando del entorno y de la felicidad que les rodea, pero… el tiempo nunca pasa en balde y se cobró la factura.
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Aroma a romero. Un día de primavera como otro cualquiera, al comienzo de la tarde, Dani acompaña a su padre a la casa familiar. Daniel, mayor y cansado por el paso de los años y visiblemente entristecido, se desplaza con torpeza. El hijo le acompaña sujetándole por uno de sus brazos y ambos se encaminan hacia la sala, el hijo también afligido le dice a su padre:
Se dirigen hacia el sillón, pero el padre le responde:
Daniel, se encuentra abatido y asolado, pero con la ayuda de su hijo, se acercan hacia la mesita camilla y se acomoda sobre una de las sillas, y le pide que le acerque una vieja caja de latón que contiene antiguas fotografías familiares.
El hijo le complace. El anciano, tembloroso la abre y extrae algunas de ellas, extendiendo un buen taco en la mesa, y comienza a repasarlas… con calma y una a una. Dani, apoyando las manos sobre sus hombros, le mira preocupado y con voz entristecida le dice:
El padre toma una de sus manos y sin alzar la cabeza le contesta:
Carolina se ha quedado arreglando el papeleo por la repentina defunción. Ella se ha encargado de todo para evitar mayor sufrimiento a su hermano y a su sobrino, porque… ¡Isabel, se ha ido! … Simplemente se durmió y su viejo corazón dejó de latir de repente. Como si su alma quisiera ser liberada de su cuerpo.
Padre e hijo han regresado hace un momento del entierro y Dani debe ir a recoger a su tía carolina. El anciano no ha querido quedarse en ningún otro lugar, ha preferido estar en su casa, donde en su íntima soledad pueda recordar a su inseparable compañera ¡Adorada y querida Isabel!
El hombre se queda solo, y torpemente con sus manos temblorosas va comprobando las fotografías. Le cuesta visionarlas porque una cortina de lágrimas aflora entre sus ojos y empañan su mirada. Las repasa en varias ocasiones y se detiene al ojear una de ellas. La que hizo hace algún tiempo Carolina en el parque utilizando el temporizador de su cámara. En la imagen, María monta sobre su caballito y él la sujeta. A su lado, Isabel apoya sus manos sobre los hombros de Dani que a su vez acaricia a Miki, y Carolina se coló en el encuadre como pudo, apresuradamente antes de que se disparase el mecanismo de retardo.
El ahora anciano Daniel, se está emocionando al ver cada recuerdo plasmado en las imágenes, cuando de repente un apretado nudo oprime su pecho. Cansado, comienza a sentir un gran sopor que le obliga a inclinar la cabeza sobre la mesa, y mientras se duerme, piensa:
Su cabeza queda apoyada sobre uno de sus brazos y este sobre la mesa, mira hacia la fotografía de los caballitos y casi dormido ya, esboza una última frase…
El anciano entre gimoteos se duerme más profundamente y “descansa por fin”. Pasados algunos minutos, alguien le zarandea y se despierta. Una pequeña mano tira de su cintura, este se incorpora y mira hacia abajo, a su lado aparece María que ha regresado. Ella le mira con ternura y le tranquiliza acariciándole la mano y excusándose le dice:
El hombre recobra la sonrisa y más consolado por su presencia, la contempla fijamente. María escalando por las piernas sube a sus rodillas. Con las dos manos sobre la cara dirige la cabeza de su papá hacia un lado para que vea algo, y hay esta, al igual que un día María regresó, Isabel ha vuelto. La mira sonriendo y cuando se aproxima, la abraza con dulzura. María, también sonriente le dice…
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Isabel le mira a los ojos y le dice tiernamente:
Madre e hija animan a Daniel a levantarse, y los tres agarrados de la mano con María en medio, se encaminan hacia la salida de la casa. La emoción del momento les ha impedido percatarse de la presencia de Carolina y de Dani. Ambos ya han regresado hace unos minutos y han contemplado la emocionada escena desde el principio. Sus ojos no pueden contener las lágrimas. La tristeza les invade, pero a la vez sufren un profundo alivio, el papá los ve y sonríe. Ahora camina erguido porque se siente rejuvenecido y vigoroso por la presencia de su hija y de su mujer.
Daniel sin mirar en ningún momento hacia atrás, se dirige hacia la calle, cuando se cruza con su hijo y con su hermana, utilizando una voz altanera y orgullosa les dice:
El hombre jubiloso y alegre sale al jardín, y su hijo tras abrirles la puerta, seca sus lacrimosos ojos y amablemente le contesta con ternura:
Dani dirige la mirada hacia su mamá y, María, con delicadeza y muchísimo cariño les dice:
Carolina y Dani los acompañan hasta la salida de la calle, hoy especialmente el cotidiano aroma a romero del jardín se deja oler más que nunca, los abren la puerta y se despiden de ellos:
Les dice Carolina con voz lastimera. Mientras, los dos ancianos acompañados por su hija, sin mirar atrás se alejan calle abajo, encaminándose hacia el bosque y a disfrutar en el parque el resto de la tarde.
Dani y Carolina apenas pueden sostenerse en pie, visiblemente afligidos vuelven al interior de la casa, atraviesan el pasillo, se acercan a la sala, y allí sentado con la cabeza apoyada en la mesa y sobre un puñado de fotografías, yace inerte el cuerpo de Daniel. La pena y la tristeza han terminado de romper su débil y delicado corazón, pero el amor que siente por sus seres queridos es tan grande y de tal magnitud, que este apego le retiene junto a ellos y le impide marcharse del todo. La unión entre la hija y la mamá y el cariño que comparten hacia Daniel, es la causa de que este vuelva de inmediato junto a ellas, apenas ha trascurrido un momento desde que se durmió, y casi sin darse cuenta, ya se encuentran los tres unidos para siempre.
La fuerza de la magia se incrementa al pasar el tiempo,
Una vez más… el vínculo de amor reúne juntos a toda la familia.
En días posteriores, todas las tardes puede verse a Carolina y a su sobrino Dani paseando por el bosque, y tras el paseo siempre pasan un buen rato en el parque. Dani junto a los columpios y Carolina sentada en su banco favorito, observa a sus queridos y peculiares acompañantes, tan solo visibles para ellos dos. Ante su mirada, aparece una repetida y familiar escena que guardará desde hoy, y para siempre en su memoria. Isabel entrelaza uno de sus brazos con el de su marido, Daniel agita el caballito y cabalgando sobre él, María. La risa contagiosa y pegadiza de María, otra vez se deja oír en todo el entorno.
“Y el bosque satisfecho, también ríe feliz de nuevo”
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CARLOS, EVA Y NINA. De vuelta a la actualidad, en el parque del Robledal, Carlos y Eva han escuchado con todo detalle la increíble historia que Nina los ha contado. Justo al terminar una ligera e inesperada brisa remueve las hojas de los árboles, y la pareja se estremece influenciados por lo descrito en el relato. Después, la anciana señora da una ligera palmadita, posa sus manos sobre las rodillas y culmina diciendo:
Ambos se quedan perplejos, no saben que pensar. Atónitos, se miran entre sí hasta que Nina rompe el incómodo silencio y les consuela diciéndolos:
La puerta entreabierta que da al bosque chirría empujada por la brisa del atardecer, se abre del todo hasta llegar a los topes y de repente se cierra de golpe con mayor ímpetu, y el picaporte queda cerrado. Los presentes giran la cabeza hacia allí y no le dan mayor importancia. Todos menos Carlos, que después de lo que está escuchando, incluso se ha sobresaltado. Y la mujer sigue diciéndole:
Y mientras hablan, el caballito de la derecha se balancea debido al viento que por momentos gana intensidad. Nina dirige su mirada hacia allí y Carlos la observa mirándola directamente a los ojos. Están muy cercanos y cree haber visto reflejado en ellos, la silueta de un padre que empuja el caballito en el que se balancea su hija. No puede ser, pestañea y cuando vuelve a fijarse, el reflejo ha desaparecido del iris de Nina. Sin duda la historia que acaba de escuchar está causando mella en su mente y esta, le empuja a ver alucinaciones. Pero el caballito sigue su balanceó y el viento silva al atravesar las ramas de los árboles, provocando un sonido tan agudo que se confunde con las risas de los niños que están en los columpios. Carlos, cada vez está más confundido y tapa con disimulo por un instante sus oídos con los dedos, después se refriega los ojos con los nudillos de sus manos y agita deprisa la cabeza hacia los lados para despejarse de la ofuscación que le invade. Su mente le dice que no puede ser cierto, pero en pugna con ella, el corazón le indica lo contrario. Y la mujer no le ayuda a vislumbrar lo certero, porque sigue confundiéndole aún más con las siguientes palabras que pronuncia:
La cara de los dos describe el asombro que sienten y no saben que decir, ni siquiera, saben que pensar. El interior de sus cabezas no deja de darle vueltas al asunto. Y otra vez su amiga, interrumpe sus pensamientos añadiendo más incógnita a sus mentes:
Se quedan totalmente cortados sin saber que contestar, pero se les nota emocionados, la historia de Nina ha llegado a lo más profundo de sus corazones, las palabras les han parecido extraordinariamente sinceras, pero en el mismo grado, desmesuradamente fantasiosas. Nina espera su reacción, pero entiende que no se pronuncien. Tampoco hace falta, sus caras lo dicen todo. Los niños interrumpen el silencio y los dos al unisonó, reclaman la atención de los mayores:
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“Salvados por la campana”. Los chiquillos, evitan los comentarios que pudieran surgir y rompen una situación que se estaba convirtiendo en incómoda para todos. Nina se ha percatado de ello y se levanta dispuesta a retirarse sin decir nada más al respecto. La pareja, necesitará tiempo para asimilarlo y ella, se lo concede.
Este día toda la familia se despide de Nina, como siempre se encamina hacia un lado de la calle y Carlos no deja de darle vueltas, se ha quedado desconcertado por la advertencia final de su amiga y no sabe que pensar, pero de lo que sí se ha dado cuenta es que hoy la despedida ha sonado diferente, melancólica y triste. La anciana ponía tanto énfasis y sentimiento en el relato de esta vivencia, que no deja de pensar en ella. Y de pronto, necesita volver a verla una última vez por hoy. Gira momentáneamente su cabeza hacia detrás, busca en la lejanía la silueta de la anciana, pero no la ve… y dirigiéndose al resto de la familia, comenta…
La pequeña clara le contesta:
Después, Gabriel reprochando a su papá y apoyando las palabras de su hermanita le dice:
Los papás no pueden creer lo que les dicen. Si no puede ser porque no la habría dado tiempo. Además, la puerta está cerrada y detrás del vallado tan solo se observa una tenue neblina. Vuelven a dudar de los niños, “tienen tanta imaginación”, pero esta vez, quizás no tanto.
Ambos papás se quedan pensativos y continúan el regreso a su casa, por el camino van comentando la historia de Nina y, Eva dice:
Carlos esboza otro comentario al respecto, diciendo:
Su mujer se agarra con fuerza de su brazo, apoya la cabeza contra él y suspira profundamente, haciendo ver que ella es de la misma opinión, y Carlos dice:
Carlos piensa bien lo que ha dicho, lo analiza y añade:
Con soltura, comentan lo buen vigilante y mejor persona que es José. También les intriga que habrá sido de la tata y el hermano de María porque si todo eso sucedió en la urbanización, alguien sabrá de ellos.
Para ser un cuento de hadas, hablan como si hubiera pasado de verdad y es que… creen tanto en el amor de la familia que al igual que Nina ha expresado, están convencidos de que todo no puede acabar tras la muerte.
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Tiene que haber algo más. Algo en sus corazones propulsa que crean la historia de la anciana, pero su mente dicta lo contrario. Porque supuestamente, “los fantasmas no existen”.
por respeto a ella no se lo han dicho, pero posiblemente todo este relato podría ser fruto de los desvaríos propios de su edad. Así, reflexionando y comentando la anécdota llegan a casa, todo parece normal y tranquilo. Cenan, un baño relajante y se cierra la noche. Es la hora de acostar a Clara, porque la niña cansada bosteza abiertamente. Gabriel se despide y se dirige hacia su habitación, pero Carlos recordando todo lo acontecido y preocupado, piensa en las últimas palabras de Nina. Recapacita, se pone frente a todos los miembros de la familia y con una autoridad inusitada en él, ordena:
Eva se sorprende, pero en su cabeza también da vueltas la historia de Nina, y un mal presagio la recorre el cuerpo de pies a cabeza en forma de estremecimiento, y hay algo muy cierto en el mensaje… “La familia es lo más importante”, así que accede a la demanda de su esposo. Coge a ambos niños, los lleva a su cuarto e improvisa una disimulada excusa para no preocuparlos, diciéndoles:
Los tres se dirigen hacia la cama y la siguen entusiasmados, porque los cuentos de mamá son muy entretenidos y merece la pena escucharlos. Carlos no los acompaña de momento, acordándose de los lamentos de Daniel cuando perdió a su hija, piensa echar un vistazo y asegurarse de que todo está bien cerrado. Mientras se dirige a la entrada de la casa, dice:
El padre se acerca a la entrada, se asoma por el cristal de la puerta y mira hacia el cielo, hoy hay luna llena. Observa su luz y como se refleja sobre la neblina que produce la maleza del bosque, que por efecto de los luminosos rayos brilla intermitentemente lanzando destellos hacia el cielo; como queriendo enviar un mensaje codificado de advertencia. Sí que le ha afectado lo escuchado esta tarde porque como tal, se lo toma Carlos, que aparte del destello cree oír una voz que le susurra y le advierte de algún peligro.
Después se dirige hacia el jardín, ajusta bien el pestillo de las cancelas exteriores y comprueba que están todas bien cerradas, y para reforzarlas incluso coloca los candados que tiene preparados para cuando salgan de viaje. Después entra en el garaje y se dirige hacia la pared donde tiene colgadas las herramientas de jardinería. Rememorando a Daniel se prepara tomando uno de los picos, el que tiene el mango más grande, lo desmonta, aparta la pieza de hierro y se lleva el astil de madera. El hombre vuelve a la casa con el palo en la mano y un cubo alto en la otra para que se sujete de pie, los coloca detrás de la puerta y se sacude las manos. Otra vez comprueba de nuevo todas las puertas y ventanas ajustando bien todos sus cierres. Ya solo le queda cerrar concienzudamente la puerta principal de la casa, y por último revisa el control de la alarma.
De repente su pulso se acelera, algo no va bien, una pequeña luz intermitente le avisa de alguna anomalía,
Piensa Carlos, y sin meditarlo dos veces coge su teléfono móvil y hace una llamada a la central de la compañía de seguridad, les explica lo ocurrido y le responden:
Carlos, más preocupado los contesta:
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Se despide y llama al cuerpo de vigilancia, desde el otro lado de la línea le contestan…
Esto inquieta, pero a la vez tranquiliza al preocupado padre de familia. Por un lado, si ocurriera algo José se encargaría de solucionarlo. Por otro, conociendo los antecedentes premonitorios del jefe de vigilantes, si viene es por algo… Se acerca a la estancia donde se encuentra el resto de la familia y dirigiéndose a Eva con preocupación, la guiña un ojo disimuladamente y la indica:
Eva, asustada y preocupada, en voz bajita para que no la oigan sus hijos, le pregunta:
Carlos intenta tranquilizarla, pero insiste en su mandato:
La mujer cierra con fuerza el pestillo, apoya una silla contra la cerradura para reforzar la entrada y se sienta sobre la cama, abrazando y protegiendo a los niños con el fin de tranquilizarlos como solo una madre puede hacerlo, y comienza a contarles un improvisado cuento.
Carlos, toma con una de sus manos el astil del pico que dejó hace unos instantes, “por si acaso”. Los latidos de su corazón le resuenan por todo el cuerpo y cada vez con mayor intensidad. Se dirige a la puerta de salida, enciende todas las luces del exterior y tras de sí, la cierra con llave y se dirige hacia la calle al encuentro con la patrulla. Abre candados y cerraduras de la cancela peatonal… Sale, y cuando está cerrándola, de repente la calzada se ve iluminada más intensamente, lo que indica que se aproxima un vehículo a gran velocidad. Desde allí observa que se trata del viejo todoterreno de José.
Carlos se queda detrás de uno de los cipreses que adornan y dan sombra a las aceras, y desde allí observa la escena. Unos metros antes de llegar el todo terreno frena bruscamente, el joven ayudante que acompaña a José abre rápidamente la puerta porque ha visto un tipo que acecha en la entrada de carruajes, y le parece sospechoso a primera vista, porque oculta la cara tras un pasamontaña. Observándole más de cerca se da cuenta de que en una de sus manos porta una especie de aparato parecido a un mando de televisor, y en la otra sujeta un afilado cuchillo que se ilumina y brilla con el reflejo de las luces que emiten los faros del vehículo. El ayudante salta como un resorte de su asiento y se abalanza sobre él. Tras tumbarle en el suelo y por efecto del calculado impacto, cae también, quedando tendidos uno junto al otro. El ayudante forcejea con el presunto delincuente que amenaza con hundir el puñal en su cuerpo, pero antes de que lo intente, la mano de José se lo impide. Entre los dos le arrebatan el arma y le reducen como pueden, pero el agresor se defiende con fiereza. Inmersos en el combate ninguno de los guardas se percata de nada de lo que sucede a su alrededor y de repente… a su lado y muy cerca de ellos escuchan un fuerte golpe, acto seguido el cuerpo de otro individuo encapuchado se desploma sin sentido muy cerca de sus espaldas y se quedan sorprendidos al ver la situación.
Un compinche del primero permanecía oculto tras un coche aparcado y se acercaba sigilosamente hacia ellos portando una pistola. Su intención era pillarlos desprevenidos y agredirles para liberar a su compañero. Pero no ha visto a Carlos que observaba la escena desde el principio detrás de su improvisado parapeto y percatándose del inminente y traicionero ataque, se ha lanzado con sigilo y ligereza sobre él, asestándole un certero palazo en la espalda. Como hizo el papá de María, al cafre que acabó con su vida. El que lo recibe ahora cae aturdido sobre el duro asfalto, José sorprendido mira a Carlos y sin mediar palabra inclina afirmativamente su cabeza agradeciéndole el gesto. Sin duda este nuevo vecino le recuerda a alguien muy allegado.
Después ambos dirigen sus miradas hacia el bosque. Ha dejado de lanzar los luminosos destellos que vieron los dos con anterioridad y casi en sincronía suspiran aliviados.
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Los guardias esposan al primer delincuente y reducen al segundo que, desconcertado, se reanima del inesperado golpe. Al poco ya son empujados hacia el interior del coche patrulla de la guardia civil y se los llevan para rendir cuentas con la justicia.
Eva y los niños, reclamados por Carlos salen a la calle y una vez toda la familia reunida, se abrazan aliviados. El ayudante, agradece a Carlos el gesto de valentía, mientras le estrecha la mano y señalando a su jefe le alaba diciendo:
Carlos en silencio, le devuelve el agradecimiento y cruza una cómplice mirada con el ruborizado José. Luego ambos vuelven a mirar al fondo de la calle, como buscando en la penumbra algo o a alguien que les aclare lo que ocurrió durante aquel momento místico y casi espiritual que duró el aviso del bosque.
José tiene que bajar la mirada para ver quien le coge de la mano, es la pequeña Clara, y con la otra se aferra con fuerza a la de su papá, como agradeciéndoles que esta vez, la historia no se repetirá. Junto a ellos están su hermanito y su mamá, y los cinco se quedan unos segundos mirando al Bosque, dirigiéndole cada uno a su manera y en silencio, un mensaje de acrecimiento. Mariano el ayudante, no sabe qué significado tiene y porque miran hacia allí, pero le da igual, se encoge de hombros y se una a la contemplación de la cúpula de los árboles, mientras suspira aliviado.
Después los guardias se alejan despidiéndose de ellos, y Carlos evocando una escena de la historia de La Vieja mujer, con solemne saludo militar se despide de ellos. El viejo guardián, no deja de mirarle por el retrovisor, al ver el saludo le viene a la mente otro padre de familia que un día se vio en semejante situación. Al ver al padre saludar, el resto le acompaña y José se emociona, dándose cuenta de que ha nacido un vínculo entre ellos, similar a lo que sentía por la familia de Daniel. Son dos hijos con su madre, y el padre hasta físicamente se le parece. Y con este momento de nostalgia, desaparecen de su campo de visión al girar en la esquina de la calle.
“Nina ha cumplido su misión y por fin está preparada para regresar junto a su familia.”
Más tarde les informaron que se trataba de dos delincuentes con grandes conocimientos en tecnología de seguridad, especializados en la desconexión de cámaras de vigilancia, desactivación de alarmas y apertura de puertas, por eso no detectaron la entrada en la urbanización. Los delincuentes las sortearon y con ayuda de un inhibidor de frecuencias y otros aparatos tecnológicos, desconectaron todos los sistemas de seguridad en la urbanización y la alarma de su casa. Ellos vigilaban a la familia desde que vinieron, pensando que atesoraban grandes riquezas y les acecharon esperando el momento idóneo para perpetrar sus malvadas intenciones. Los dos malhechores reclamados y perseguidos por la justicia desde hace tiempo y en varios países, cometían robos y propinaban violentas palizas a sus víctimas. Incluso habían asesinado a algún desafortunado que les presentó resistencia y no accedió a sus demandas.
“La historia, se repite de nuevo”. Pero esta vez no se ha desarrollado de igual modo. La providencia o quizá la magia del bosque y sobre todo gracias a la perspicacia de Carlos, al saber interpretar la advertencia de Nina; la clarividencia de José al anticiparse a los hechos, sin dejar atrás la estimable colaboración de su ayudante y la resolución de unos padres en pos de la protección de su familia, han hecho que hoy en El Robledal, se haya evitado la tragedia.
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¿DONDE ESTA NINA? Al siguiente día, la familia ya calmada intenta olvidar el incidente de la noche pasada. A primera hora de la tarde, como viene siendo costumbre se dirigen hacia su cotidiana visita al parque. Carlos, a su llegada busca con la mirada a Nina, porque el hombre está impaciente por contarle el suceso de la noche anterior. Quizás ella pueda explicarle algo de lo acontecido, sobre todo querría saber algo más sobre este bosque y porque se había iluminado de esa forma justo antes de que atacaran los ladrones. Carlos cree que la mujer se ha cruzado en su camino gracias a la providencia y les ha contado la historia para advertirles de lo que se avecinaba, y gracias a ello pudieron neutralizar la agresión que les amenazaba y, sobre todo, quiere agradecérselo.
Su búsqueda no obtiene resultados, “Nina no está” … Extrañado por su ausencia se dirige a su mujer diciéndola:
Y la mujer añade:
Este día, cansados y algo temerosos por lo ocurrido en la noche anterior, se quedan un ratito más aprovechando para que los pequeños se distraigan y disfruten del parque. Después, aunque están algo preocupados por la ausencia de Nina, se dirigen al bosque.
Daniel juguetea con su hijo por el camino. Más retrasada la mamá los sigue de cerca, intentando llevar a su hija sujeta de la mano, pero no lo consigue. Se suelta dando un fuerte tirón y se escapa corriendo hacia la orilla del arroyo. La mamá la persigue, por ahora no advierte ningún peligro y la deja correr mientras la dedica una pequeña reprimenda. En ese momento deciden hacer una pequeña parada para jugar los cuatro un ratito en la orilla.
El papá y los niños recogen piedras de diversas formas y colores, después se acercan a donde está la mamá y son lanzadas sobre la superficie del agua, intentando hacer saltos de rana en dirección hacia el remanso. Primero es Dani quien dispara y dice:
Y no lo supera, pero iguala el resultado, y dice.
La mamá los felicita a los dos, pero…
Esta tarde ella es la ganadora, mientras Clara en lugar de acompañarlos en la competición como es habitual en ella, permanece mirando la corriente. Parece estar fascinada por los reflejos que nacen desde el fondo del arroyo, causadas por las ondas que han provocado las piedras. Después del descanso continúan el paseo durante un rato más, y al ver que el sol está llegando a su declive deciden emprender el regreso a casa:
Replica la niña con una voz llena de impaciencia, dirigiéndose a su papá que la contesta cariñosamente:
Y la dedica una dulce sonrisa. La pequeña no está de acuerdo y lo demuestra cruzándose de brazos y representando sus acostumbrados pucheros.
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Suplica la pequeña, y los papás se quedan perplejos:
Pregunta la mamá intentando satisfacer la curiosidad...
Contesta la niña… y ambos progenitores se echan las manos a la cabeza y resoplan. Después comentan entre sí, con voz muy bajita para que no los oiga:
Piensan que la niña, seguramente habrá escuchado la historia de Nina. En niños de la edad de Clara, es muy común inventarse amigos imaginarios para llamar la atención. Carlos se coloca a la altura de la pequeña y con mucho tacto la dice:
La niña responde casi gritándole, los papás no quieren llevarla la contraria y piensan que es un problema propio de la edad y que con el transcurso del tiempo se la olvidará. Sin darle mayor importancia y llevándosela casi a rastras, regresan a casa.
Después de pasada la noche, amanece siendo sábado, el mismo día de la semana en la que Carlos tuvo su primer encuentro con la Dama misteriosa. Aunque tan solo ha trascurrido una semana, ha sido tan intenso el tiempo que podrían confundirse con meses. La mañana trascurre como cualquier otra de fin de semana, después llega la hora de la comida y tras la sobremesa, como todos los días desde que se instalaron se disponen a visitar el bosque. Y por supuesto, con la rutinaria parada en el parque de los caballitos, donde piensan que disfrutarán de la compañía de Nina.
No tardan mucho en realizar el recorrido y han llegado al parque a la misma hora de todos los días, pero no la ven. Después de un buen rato esperando a que aparezca, deciden dirigirse al bosque para realizar el mismo recorrido del día anterior como prometió Carlos a su hija menor. Al paso por el arroyo, Clara ha vuelto a detenerse en la cascada y otra vez se queda hipnotizada mirando la corriente. Solo reacciona cuando el papá la coge por el brazo y la despega de la orilla. Después con ella en brazos porque se niega a caminar, se acerca a la mujer y al niño para decirles lo preocupado que se siente por la ausencia de Nina. Ha pensado que deberían intentar averiguar lo que le ha podido suceder y dirigiéndose a todos, dice…
La primera en responder es Clara:
Ambos papás se miran, la actitud de su hija comienza a preocuparles. Gabriel se acerca a ellos y añade:
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Ahora sí que están realmente preocupados, lo que faltaba, Gabriel ha sido contagiado por la imaginación de Clara. Si no fuera suficiente con uno, ahora son los dos. Y los papás intentan devolverlos a la realidad. Carlos se pone frente a ellos, agarra a cada uno por el hombro y con mucha delicadeza intenta convencerles para que declinen en su actitud:
La esposa y madre asiente con la cabeza, apoyando la aclaración de su marido. Pero no ha convencido a ninguno de los pequeños. Los dos negando al unísono con la cabeza y empujados por sus papás, acceden a regañadientes en acompañarlos.
Se encaminan en busca de la casa de Nina, pasan por el parque, lo atraviesan y giran en la primera calle que encuentran a su derecha, porque supuestamente desde allí es de donde venía ella. Cuatro parcelas más arriba observan a un hombre que saca algunas cajas de su vehículo y se dispone a introducirlas en la casa. El papá dirigiéndose a los demás, dice…
Al aproximarse advierten un agradable aroma a romero que se respira en casi toda la calle, el seto de la casa hacia donde se dirigen y donde está el hombre, se encuentra repleto de esta aromática planta, todo el vallado y algún alcorque más en el jardín, están formados por este vegetal. Cuando se acercan, Carlos le reconoce, es el hombre del chándal negro. El que un par de veces o tres se ha encontrado en el parque mirando a los caballitos de madera, y el mismo que habla solo al alejarse. Cuando están a su altura se dispone a saludarle a la vez que alarga su brazo para estrecharle la mano y le dice…
El hombre sonríe y devolviéndole amablemente el saludo, aprieta su mano aceptando el ofrecimiento y le responde:
Carlos comienza a explicarle la situación:
El recién conocido vecino, los contesta:
Carlos le comunica el nombre de la anciana:
El Hombre del chándal negro, se queda totalmente sorprendido al escuchar las palabras de Carlos. Visiblemente nervioso y con todo el cuerpo temblándole, le contesta:
Esta vez los papás al unisonó, afirman con la cabeza y Gabriel, atento a la conversación añade…
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l papá rememorando su primer encuentro con la Dama, le explica como la conoció apareciendo en el parque súbitamente y le dice al recién conocido:
Daniel, atónito por lo que oye, dice:
Carlos le responde…
De ninguna otra forma podría haber encontrado esa llave, y ahora Daniel está convencido de que lo que escucha… es real. Los invita a pasar al interior de su casa, y una vez en el recibidor toma una fotografía estampada sobre un recordatorio conmemorativo que se encuentra sobre el mueble de la entrada, se la muestra la vez que comenta…
Los otros asienten, y se quedan tan sorprendidos como el propio Daniel al ver de qué fotografía se trata. Después, se coloca frente a frente a la pareja, agarra a cada uno de ellos por el brazo y los informa de una triste y sorprendente noticia.
Los contestó Daniel, aclarando que cuando decían haberla conocido, la anciana ya había abandonado la vida. La noticia conmociona a todos y las palabras caen sobre ellos como si fueran una pesada losa de granito, cualquier otra noticia no les hubiera extrañado. Pero como podía ser esto cierto si ellos han estado mucho tiempo con la mujer, y parecía tan llena de vida como ellos mismos. No pueden creer lo que oyen, podría tratarse de otra persona, pero coincide el nombre y mayor evidencia que la fotografía del recordatorio de defunción, no podría existir. Así que Carlos algo exaltado, salta diciendo:
Así de repente, interrumpe sus palabras, le vienen al recuerdo todos los hechos paso a paso, se calla y piensa:
Por unos segundos permanece en silencio. Está pensando y dándole vueltas a todo lo acontecido sin dejar de caminar por el pasillo de un lado a otro. De repente, se fija en otra foto que cuelga en una de las paredes y detiene su deambular. Se aproxima para examinarla detenidamente y al observarla muy cerca, algo llama su atención. Los demás le miran e intrigados también se le acercan. Es una fotografía ampliada de considerable tamaño, en ella pueden verse la imagen de distintas personas. Con bolígrafo de tinta roja y debajo de cada figura, alguien ha puesto el nombre de cada uno de ellos. En primer término, mama Eva; por delante de ella, un muchacho sonriente con un perro a su lado, y debajo pone, yo, Dani y Miki. Junto a ellos bajo la sombra de un roble, un hombre, sujeta a una preciosa niña que monta sobre el caballito del parque, Debajo se suscriben sus nombres, mi papá Daniel y mi hermanita, María; A su lado una joven mujer parece haberse colocado precipitadamente ante el retrato, y al lado la descripción de… “mi tata Carolina, que casi no llega a tiempo”. Carlos se queda mudo. No cree lo que está viendo. Da por hecho que el hombre que está a su lado, “es Dani”, el mismo que escribió los nombres en la fotografía, y el resto son los protagonistas de la historia que la anciana les ha contado durante los días anteriores. Tan solo falta José. Después, se acerca, pone una mano sobre su hombro y le dice:
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La cabeza le daba mil vueltas. Parte de él había querido creer la historia, pero nunca habría imaginado que cosas así podrían suceder. El hombre que esta frente a él, afirma con la cabeza contestando a la primera pregunta de Carlos y a continuación los dice:
Como respuesta, obtiene un acompasado inclinar de cabezas con la boca abierta. Carlos y Eva los que más, pero Gabriel y especialmente su hermana, no se sorprenden tanto. Y el hombre que antes era Dani, y ahora es Daniel… dentro de la contenida locura, continúa diciendo:
Su nerviosismo se acelera e invita a salir a todos de la casa, Dani está seguro de que hoy será el gran día que ha estado esperando desde el fatídico sábado pasado, y mientras traspasan el jardín les va diciendo a sus acompañantes:
Todos apresurados se dirigen al parque, Carlos está revisando su teléfono y enseña varias fotos a su mujer. Las ha realizado durante la semana, y en ninguna de ellas aparece Nina. Esto hace que se debilite en mayor grado su incredulidad. Dani también utiliza el suyo propio y de camino hace una llamada e invita a alguien para que se les una en el parque.
No tardan en llegar a sus inmediaciones y Dani esperanzado y eufórico, parece intuir lo que pasará y que ha estado esperando e imaginando durante toda esta semana. Llegan, y Dani se apoya en la baranda que separa el parque de la calzada y se inclina un poco hacia adelante.
A Carlos esta imagen no le es novedosa, ya antes le ha visto en la misma postura. Los demás acompañantes no saben lo que pretende y permanecen atentos a sus evoluciones. Durante un momento se mantiene serio y en silencio, fijando su mirada hacia un rincón en concreto. De pronto sonríe, ha descubierto algo y parece dirigir su mirada hacia los caballitos. Saluda a alguien que el resto no ve y se encamina hacia allí. La familia de Carlos al completo, atónitos y expectantes le siguen.
Dani se detiene y realiza el ademán de abrazar a alguien que permanece imperceptible para sus ojos. Carlos se coloca junto a él, Eva boquiabierta le acompaña de cerca, igual que su hijo que no se les separa en ningún momento, y la niña como siempre, agarrada a la mano de su hermano. Es muy pequeña, no sabe lo que pasa, pero sigue allí junto a ellos. Los cuatro observan, Dani los Mira y sonríe, con su mano parece aproximar a alguien, pero no ven nada, y los dice…
Alucinados por lo que dice su nuevo amigo, les cuesta comprenderle. No dejan de mirar hacia donde él apunta con sus manos, pero no ven nada, solo aire. De repente, primero escuchan el susurro de una voz familiar, que suave y temblorosa dice…
Clarita, es la primera en sonreír, no solo escucha a Nina, también “la ve”. Su inocencia libre de prejuicios, la ha permitido visionar el alma de Nina en todo momento. La pequeña aun con su torpe y reducido lenguaje la contesta tímidamente:
Se ríe ocultando parcialmente su carita con ambas manos y se balancea a los lados con relativa timidez. Seguidamente, Gabriel comienza a vislumbrar su figura y también la saluda, este más directo y vivaracho, la pregunta:
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La pregunta queda en el aire. Toda la escena es observada con atención por ambos papás, ellos se han emocionado viendo la actitud de sus inocentes hijos, pero siguen sin verla. Después, ambos a la vez y sin decir palabra, pero totalmente conectados y perfectamente sincronizados, abren de par en par su mente, y la liberan de todo convencionalismo, ya nada puede sorprenderlos más de lo que están.
Ahora sí… comienzan a percibir visualmente una imagen que poco a poco se va configurando ante sus ojos. El alma de Nina toma forma y se deja ver por todos ellos. Ya no pueden ignorar los hechos, ellos creen en lo que ven y les gusta, es tal y como la han estado viendo durante toda la semana. Se sienten inmensamente afortunados y felices por haber sido los elegidos por el bosque para este fin. Nina luce su habitual vestimenta y estilo, su puño se apoya ligeramente cerrado sobre su boca y de su garganta sale un ruidito para llamar la atención de sus sorprendidos y boquiabiertos amigos, y rompiendo el silencio del momento, dice:
Se acerca al muchacho y casi susurrante, Nina le contesta a su anterior pregunta, la de si es un fantasma…
La mujer recién aparecida sigue intentando explicar el significado de su existencia y mirándolos a todos, continúa:
Nina señala a Carlos y dirigiéndose a él, continúa:
A ninguno de los presentes se les ocurre interrumpirla, porque, aunque quisieran las palabras no brotarían de sus gargantas, debido a la sorprendente aparición que tienen en frente. Tan solo continúan boquiabiertos y el alma de Nina sigue diciéndoles…
Gabriel, de repente se vuelve hacia su padre y le dice:
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Clara, la pequeña niña apoya a su hermano gesticulando afirmativamente con la cabeza y moviendo las manos hacia arriba y hacia abajo, con su ingenua voz añade:
El papá y la mamá los abrazan, y piden perdón por no haberlos creído:
Después, todos felices y contentos por el extraordinario reencuentro con Nina, cada uno ocupa su lugar predilecto en el parque. Carlos se para por un momento a pensar, observa la escena y repasa la estampa… Dani junto a Nina que no dejan de abrazarse, Eva y Gabriel a su lado disfrutando de la entrañable imagen… pero ¿Dónde está Clara? se han descuidado por un momento y la han perdido de vista.
Por un instante se le viene a la cabeza el triste relato de Nina, cuando María se perdió hace tiempo en ese mismo lugar. Poco rato dura su preocupación por que se desvela la incógnita, desde un rinconcito bajo el roble, escuchan la voz de Clara:
Todos alarmados al pensar que puede caerse se dirigen raudos hacia ella. ¿Qué hace sola en el balancín? “La niña está segura y bien sujeta.” Todos concentran su mirada y por fin se resuelve la incógnita y terminan de verlo claro. Isabel, la mamá de María sujeta a Clara. En el otro caballito, lo mismo hace Daniel con su hija María en su favorito. Ya no hay lugar a dudas de que la historia es real y maravillosa.
No tanto por aquel bosque mágico, si no por todo lo que esconde. Porque a veces, lo más bello y apreciable, precisamente es aquello que a simple vista no puede observarse. Las dos niñas han conectado amigablemente y juntas ríen al unísono. Sus carcajadas resuenan por todo el bosque, las alegres risotadas de Clara y de María contagian al resto y todos ríen felices. Incluso otras personas que por allí transitan o disfrutan del parque, también sonríen de satisfacción, sin saber por qué. María y sus papás, por fin se han reunido con Nina. La feliz y entrañable escena se detiene por un momento y el sonido de un vehículo les interrumpe por un instante. Es el todo terreno de José que pasa junto a ellos, esta vez no se detiene para saludar, hoy se baja y se aproxima con celeridad, al acercarse escucha a Dani, que le dice:
La llamada de Dani cuando salieron de casa iba dirigida a José Beltrán. Este se acerca, mira a su esposa Nina y la abraza, después del largo abrazo, sin soltarla mira a su alrededor y por fin lo ve todo con claridad. Antes lo intuía, pero ahora está seguro. Ahí está María junto a sus papás, el amor que siente por Nina ha sido el cómplice de tal privilegio. José está muy emocionado, saluda y se abraza con todos. Ya sí que forma definitivamente parte de la familia, que desde hoy ha crecido con la incorporación de los nuevos vecinos del Robledal.
Otras gentes están en el parque, observan la escena, pero no le dan importancia y continúan con su entretenimiento, parecen extrañamente acostumbrados a este tipo de comportamiento, por estos lares…
Después, José los invita a acercarse a la cascada y una vez allí, los comunica algo sorprendente:
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José continúo evocando vivencias y peripecias sobre su pasado, recuerdos que provienen alrededor de una vieja cabaña situada en las entrañas del bosque donde nació y se crio con su familia, él era quien robaba a su padre el viejo sombrero de su abuelo. Los antiguos “guardas del parque forestal” que rodea El Robledal. Y por eso José, no ha dejado de ir todos los días a la cabaña, porque en el porche cada tarde se balancean en sus butacones las almas de sus padres, que se quedaron allí después de fallecer casi a la vez.
A si es amigos, años antes, al poco tiempo de reencontrase, Nina al fin se casó con José, su gran y verdadero amor. Fueron enormemente felices durante todo el tiempo que vivieron juntos y aun después, seguirán siéndolo aquí… Junto a todos sus seres queridos.
“Y el satisfecho bosque, ahora más que nunca, resuella de felicidad.”
Se dice que cuando paseas por el bosque, si abres tu mente y te concentras en los sonidos que inundan este espacio natural, podrás escuchar las risas de los miembros de esta familia y la de algunas otras más que pueblan el Robledal y que, aunque ya no pertenecen a este mundo, encontraron la forma de volver a reunirse llenando sus almas de felicidad. Desde ese día, todos se reúnen a la misma hora en el parque. Por un lado, de la calle, se aproximan Carlos y familia, por el otro lado, llega Dani, el último es José montado sobre su viejo Land Rover, Y Dani le pregunta a su tío… porque te gusta tanto las gafas y el sombrero que nunca te quitas de la cabeza… y José abriendo las manos hacia el cielo a la vez que encoge los hombros, le contesta:
Ambos sonríen, al fin y al cabo, Dani, ya sabía la respuesta, pero de vez en cuando le gusta ver la simpática pose del guardés, que le trae entrañables recuerdos de la infancia. Pero, aunque solo ellos los vean, allí pegados a los dos caballitos de madera y al cobijo del viejo Roble… disfrutan de una buena cabalgada, Daniel, Isabel, Nina y como no, Nuestra pequeña. Que nunca más se alejará y Nunca, Nunca… tendrá que escuchar de boca de su mamá...
“No te vayas María”
FIN